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Sectores de la antigua guerrilla de El Salvador temen ganar las elecciones presidenciales

Algunos dirgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) han expresado en privado cierta preocupación ante la posibilidad de una eventual victoria en las elecciones presidenciales celebradas ayer en El Salvador, cuyos primeros resultados se conocerán hoy. La corta trayectoria de la antigua guerrilla como partido político (un año) lleva a estos sectores a preferir un triunfo en la Asamblea legislativa y en los ayuntamientos, que también son elegidos en estos comicios.

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ENVIADA ESPECIALEl FMLN, legalizado en diciembre de 1992 a raíz de los acuerdos de paz firmados con el Gobierno de Alfredo Cristiani, se presenta coaligado con los socialcristianos en las presidenciales, donde respaldan al candidato Rubén Zamora, y de forma autónoma en las legislativas y las municipales.Las dificultades de adaptación al quehacer político, las disensiones ideológicas que empiezan a florecer entre los cinco grupos que componen el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y, sobre todo, la terrible situación económica que atraviesa el país, llevan a algunos dirigentes de la Expresión Renovadora del Pueblo (ERP, antes Ejército Popular Revolucionario) a desear, en privado, un triunfo en los municipios y en la Asamblea, de forma que puedan tener un rodaje político antes de aspirar al Gobierno del país.

Esta opinión es duramente cuestionada por otros miembros del Frente. "Eso lo dicen los del ERP porque su líder, Joaquín Villalobos, no es el candidato presidencial. Si no, la cosa sería bien distinta", comenta con ironía Facundo Guardado, dirigente de las Fuerzas Populares de Liberación, el principal grupo del FMLN. Lo cierto es que varios analistas coinciden en señalar que el Gobierno que salga de las urnas deberá hacer frente a una difícil etapa: una economía destruida, una renovación institucional derivada de los acuerdos de paz que está aún a medio camino y, sobre todo, una sociedad salvadoreña profundamente dividida tras doce años de guerra civil.

Desgaste

Para la izquierda, según este argumento, lo mejor que podría pasar es que la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), en el poder desde 1988, ganara las presidenciales y que, como Gobierno, sufriera el inevitable desgaste que le vendría encima. Desde la izquierda, sin embargo, el temor a que la derecha, ya sin Cristiani, frene la renovación institucional y retraiga al país a tiempos más oscuros le lleva a intentar conseguir a toda costa las mayores cuotas de poder.Los resultados de las votaciones son imprevisibles. La mayoría de los sondeos dan como ganador a Armando Calderón Sol, candidato de Arena, seguido muy cerca por Zamora. De no obtener ninguno la mayoría absoluta (la mitad más uno de los votos) se celebraría una segunda vuelta.

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Zamora ya ha anunciado pactos con la Democracia Cristiana (PDC), teórica tercera fuerza, para arrebatarle el poder a la derecha. Pero los democristianos nadan a dos aguas y, de momento, no se han comprometido públicamente a nada. Arena piensa, simplemente, que ganará de forma rotunda en la primera vuelta.

Con este panorama, los colegios electorales abrieron sus puertas a las siete de la mañana (dos de la tarde, hora peninsular española). Al menos en teoría. De hecho, los problemas para la constitución de las mesas o la tardanza de algunos interventores, retrasaron el comienzo de las votaciones hasta una hora en varios puntos del país. Así ocurrió en tres de los siete colegios de San Salvador, donde el mismísimo jefe de la misión de las ONU en El Salvador (Onusal), el colombiano Augusto Ramírez-Ocampo, y un magistrado del Tribunal Electoral tuvieron que presentarse para "poner orden".

Denuncias de fraude

Pronto comenzó el rosario de denuncias de irregularidades en el registro electoral. "Yo tengo mi carné de votante, pero ahorita no estoy en la lista", explicaba indignada una mujerona a un observador en el colegio de la Feria Internacional, donde estaba previsto que votarán 180.000 personas. La queja se reprodujo en miles de casos en todo el país. En otras ocasiones, los números del carné y los del registro no coincidían ni por asomo. Los partidos de oposición culparon al Tribunal Electoral del caos burocrático, si bien ninguno mencionó la palabra fraude.En la capital, los siete centros de votación no estaban distribuidos por barrios, sino que los electores debían acudir a uno o a otro en función del orden alfabético de su apellido. Muchos votantes andaban desorientados. A ello se unió la escasez de transporte colectivo. A pesar de las dificultades, los colegios eran una auténtica romería. La gente, armada de paciencia, aguardaba enormes colas y se enfrentaba con resultado desigual a los listados electorales. Después de todo, se trataba de "combates" burocráticos, duros, pero más llevaderos que los que, en 1991, marcaron los últimos comicios.

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