Un caso con demasiadas complicidades
Ayer se abrió ante el tribunal de Versalles el juicio de Paul Touvier, jefe en Lyón de las unidades que colaboraron con los nazis y responsable de la muerte de numerosos patriotas franceses. Más que el juicio en sí, lo que ofrece auténtico interés, y lo que de verdad debería ayudar a clarificar el ambiente francés sobre la trágica etapa de Vichy, es la historia de este asesino fascista de los años 1943 y 1944 que logró sustraerse a la justicia durante medio siglo, contando para ello con las complicidades más insospechadas. Que ahora se produzca el juicio es casi una casualidad: los jueces han tenido que reconocer su culpabilidad directa en la entrega a los alemanes de los siete judíos ejecutados en junio 1944 en Rillieux-la-Pape. Ello constituye un. crimen contra la humanidad, única categoría de delitos que es imprescriptible. Touvier ha cometido muchos otros crímenes, pero el único que hoy cabe juzgar es el asesinato de los siete judíos.Al contrario que Klaus Barbie, el jefe de la Gestapo que estuvo escondido en Bolivia durante muchos años, Touvier nunca ha salido de Francia. En los años que siguieron a la liberación se escondió y fue condenado a muerte en rebeldía en dos ocasiones. Pero esa fase en que Francia se consideraba a sí misma como continuadora de la resistencia fue relativamente corta. Pronto reapareció un Estado francés que no negaba su identidad con Vichy: se separaba a los colaboradores con los alemanes (que eran los malos) del Estado de Vichy que había prolongado la legalidad francesa. Así se borraba lo esencial: que Vichy había sido, como tal, el más eficaz colaborador de Hitler, incluso en los actos más odiosos como la persecución de judíos y resistentes. En ese nuevo periodo, Touvier encuentra una protección permanente de la Iglesia católica, que le esconde y aloja en sus conventos hasta que ya no necesita esa protección: Georges Pompidou le concede la gracia en 1971.
El perdón de los crímenes, el olvido de los años negros de la ocupación alemana, no es sólo cuestión de tiempo. La conciencia de los pueblos tiene su historia, sus altibajos. En los años ochenta se inicia una reacción contra la pasividad cómplice con que los colaboradores del nazismo han sido tratados. La gente se avergüenza de que un colaboracionista tan criminal como René Bousquet viva tranquilo en su casa: un desconocido le asesina, lo cual impide un proceso que hubiese podido implicar a todo el sistema de Vichy. El de Touvier tiene límites mucho más estrechos. Sin embargo, la amplitud que ya ha alcanzado su eco en la prensa. indica que hay una voluntad de saber una verdad que ha sido disimulada durante muchas décadas.
La complicidad que alcanza rasgos más escandalosos en la protección de Touvier es sin duda la de la Iglesia. Estaba refugiado en el Priorato de San Francisco, en Niza, cuando se le detiene en 1989. Ello provoca una reacción de un sector de la Iglesia, que exige se diga la verdad a los creyentes. El cardenal Decourtray encarga a una comisión de historiadores que prepare un informe, que se publica en 1992. Pero sin darle excesiva difusión, porque sus conclusiones son gravísimas. El historiador Bédarida lo define así: "Hemos descubierto una gama extraordinaria de apoyos a Paul Touvier, la existencia de redes extensas y ramificadas de todo un mundo eclesiástico del que ninguno de nosotros había sospechado su organización, tenacidad y encarnizamiento para proteger al antiguo miliciano".
Las barreras puestas para que el juicio de Touvier pueda ser ahora el proceso de la colaboración francesa con Hitler confirma que ese proceso sigue pendiente. Como ha escrito el académico Poirot-Delpech, Francia es, y con mucho, "el país europeo que peor ha gestionado y digerido su actitud colectiva durante la II Guerra Mundial".
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