La suciedad de Madrid
Las conclusiones del informe de la empresa británica Tidy Britain Group, que califica a Madrid como la ciudad más sucia de Europa, han vuelto a sacarnos los colores a cuantos vivimos o trabajamos en ella. Tras revalidar este deshonroso título, conquistado con merecimiento en 1991, es necesario realizar un análisis de los orígenes y las causas de la actual situación, así como establecer algunas propuestas que ayuden a Madrid a escalar posiciones en el ranking internacional de la limpieza. Se hace imprescindible cambiar de estrategia para afrontar este problema, ante la evidencia de que la utilizada en los dos últimos años por los actuales responsables del Ayuntamiento ha fracasado, haciendo fracasar también a todos los vecinos de Madrid. Es necesario tomar medidas eficaces para que Madrid deje de ser la capital del desperdicio, los excrementos y las basuras.La suciedad no es simplemente un conjunto heterogéneo de residuos, desechos y basuras más o menos concentrados, sino que es, ante todo, el símbolo y máximo exponente del abandono, del deterioro y de la decadencia de una ciudad. Del mismo modo que nos sentimos avergonzados cuando alguien visita nuestra casa y descubre un dedo de polvo en la mesa del comedor, nos sonrojamos si alguien "que no es de casa" visita nuestra ciudad, nos inspecciona y nos coloca un cero en limpieza.
No es ético imputar a los ciudadanos toda la responsabilidad de esta escalada de guarrería callejera, por la sencilla razón de que los madrileños no han cambiado de una forma radical sus comportamientos en cinco años. Los ciudadanos de 1994 no son más incívicos e irresponsables que los de 1989, sino todo lo contrario. Es evidente, por otra parte, que los que sí han cambiado en este periodo de tiempo son los que gobiernan el Ayuntamiento de Madrid, los que tienen la obligación de evitar el espectáculo de la suciedad que invade nuestras calles.
Por tanto, es la gestión del PP en el Ayuntamiento la principal responsable de esta penosa transformación de la ciudad. Mientras que en el verano de 1991 el gobierno municipal proclamaba triunfalmente a Madrid como la segunda capital más limpia del mundo, se hacía público el primer informe británico, que situó a nuestra ciudad como la más sucia de Europa.
Dado que el recién adquirido título no provenía únicamente del capricho de una empresa extranjera, sino que la percepción de suciedad se hacía día a día más patente, el alcalde de Madrid se decidió a crear una concejalía específica para Limpieza. Ésta nació para cumplir dos objetivos inmediatos: por un lado, presentar públicamente una cadena de campañas y planes ficticios destinados a intentar convencer a los ciudadanos de la no existencia de suciedad más que a mejorar la limpieza, y por otro, iniciar una campaña publicitaria de concienciación a través de la cual conseguir trasladar la responsabilidad del estado de insalubridad de las calles exclusivamente a los perros.
Los resultados de esta estrategia basada en la imagen no se han hecho esperar. Los puntos negros de suciedad, que se iban a eliminar en tres meses, siguen ahí: los contenedores rebosan, los solares se han convertido en trasteros y el Ayuntamiento ha sido incapaz de conseguir un mínimo respeto a la Ordenanza de Medio Ambiente. Este fracaso no se ha producido por falta de medios económicos, humanos o materiales, sino fundamentalmente por la incapacidad de los actuales gestores de distribuir y organizar los mismos de una forma eficiente. Un Ayuntamiento que destina un 2% de su presupuesto a la limpieza y que cuenta con medios materiales suficientes y una plantilla que supera los 3.000 trabajadores debería ser capaz de ofrecer mucho más a unos ciudadanos que se empiezan a sentir hartos de reprimendas y acusaciones de mala educación e incivismo por parte de las autoridades municipales.
Acometer la limpieza de una ciudad como Madrid desborda la mera recogida de basuras. Un ayuntamiento debe tratar de ilusionar e implicar a todos los ciudadanos en la creación de una cultura de la higiene, de la ecología y de la estética para conseguir que el combate que cotidianamente éste libra contra la suciedad en el interior de su casa salga también a la calle. El Ayuntamiento debería concienciar al vecino de que la ciudad verdaderamente le pertenece, y no sólo no la debe ensuciar, sino que tiene que evitar que otros lo hagan. Esto se consigue favoreciendo la idea de pertenencia al barrio como primer eslabón de contacto entre la casa y la ciudad para, en última instancia, conseguir que ésta se viva como prolongación de la casa.
Por otra parte, es absolutamente prioritario que el Ayuntamiento inicie una campana encaminada a mejorar la valoración social del trabajo de los barrenderos y del personal encargado de la recogida de basuras. En la actualidad, estas personas, que diariamente realizan un trabajo duro, y a menudo anodino y desagradable, sufren inmerecidamente la desconsideración y los ataques, tanto de los responsables municipales como de muchos ciudadanos. Es necesario acabar con estas actitudes y conseguir una justa valoración social del trabajo de la limpieza viaria y de los hombres y mujeres que lo realizan.
Tierno Galván, en un bando publicado en octubre de 1979, lo expresó con claridad: "Todos debemos contribuir, en nuestro cotidiano vivir, en el círculo de nuestros conocidos, amigos, familiares y, en general, convecinos, para que Madrid se convierta en una ciudad limpia y tranquila". ¡Que así sea!
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