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"Virgo popularis"

El mal de piedra que se ceba en los ediles del Ayuntamiento madrileño ha provocado un sarpullido de estatuas que emergen como forúnculos sobre la maltratada epidermis de la ciudad. Pisapapeles de dudoso gusto y peregrinas advocaciones se salpican en calles y plazas, hito s conmemorativos con los que los populares munícipes pretenden dejar huella, amarga huella de su paso, en los días venideros.Conservador, demócrata y cristiano, el alcalde Álvarez del Manzano. acaba de autorizar la erección en el parque del Retiro de un monumento consagrado a la Virgen, un tótem alrededor del cual puedan reunirse a rezar el rosario los cofrades de una piadosa y beatísima asociación mariana fundada en 1975 para orar por la salvación de una España, huérfana de padre y de guía espiritual desde aquel 20 de noviembre. Más cristiano que demócrata y más conservador que conservacionista, el alcalde no ha escuchado los consejos de ecologistas y urbanistas que consideran que al Retiro le faltan árboles y le sobran piedras conmemorativas. Arboledas arruinadas y monumentos ruinosos dan fe de la crisis endémica de unos jardines castigados por la incuria, las plagas, las sequías y los vándalos, condenados a convertirse en bosque de estatuas, que no necesitan poda ni riego.

Ya se sabe que entre ecologistas y urbanistas abundan los ateos y los iconoclastas, gentes que ignoran que la salvación del Retiro, de España y del Occidente cristiano ha de venir, si viene, por intercesión milagrosa y no por mediación humana. Sólo un milagro puede salvarnos, y en cuestión de milagros ya se sabe que la Virgen es la más eficaz de las mediadoras.

La erección del monumento, un monolito decimonónico y contradictoriamente fálico, hubiera sido menos polémica si la Virgen lo hubiera solicitado en persona, apareciéndose in situ a sus fieles, como manda la tradición, en vez de usar la sospechosa vía del tráfico de influencias con Álvarez del Manzano. Una aparición como es debido habría proporcionado demoledores argumentos a los devotos, que no se hubieran visto obligados a sacar a relucir, como han hecho, la competencia diabólica del monumento al ángel caído y exigir compensaciones por agravio comparativo, recordando aquello de que hay que encender una vela a Dios y otra al diablo para cubrirse las espaldas.

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