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FALLAS DE VALENCIA

¡Ese otoñal maestro...!

Se hizo presente ese otoñal maestro, Curro Romero le llaman para el universo mundo desde la liturgia de la fiesta y, de repente, le estalló la primavera. Son cosas que ocurren, en la vida y en el arte de torear. Cuando menos se espera, llega un maestro sesentón, hace así, luego asá, se trae al toro toreado según la ciencia taurómaca dicta, lo vacía donde Dios manda, y ya está el público puesto en pie, por no decir la plaza boca abajo.Y eso es lo que ocurrió en Valencia. El trincherazo hondo; dos tandas de redondos enacabada armonía y perfecta ligazón; y el cambio de mano, y el pase de pecho de cabeza a rabo. Y aquella vez que el toro se quedó parado buscando las femorales, el molinete girando airoso entre los pitones para salir del paso. Después vinieron los naturales... ¿Sabe la moderna legión de coletudos cómo se torea al natural? Pues si no lo sabía, allá que se llegó ese Curro de todas las esencias, todos los embrujos y todas las tauromaquias para explicarlo; y, finita que fue la lección, se marcó un desplante gallardo retando jacarandoso a la fiera delante de sus mismísimas fauces.

Moura / Corrida mixta

Reses de Joao Moura; los novillos, rechazados en reconocimiento. Dos toros inválidos, 2º anovillado y manso, 5º serio, cuajado y noble:Curro Romero: media pescuecera, pinchazo y cuatro descabellos (ovación y también pitos al saludar); tres pinchazos y dos descabellos (petición y vuelta). Dos novillos de Núñez del Cuvillo, 3º impresentable, inválido y pastueño, 6º terciado, fuerte, noble: Vicente Barrera: dos pinchazos -aviso-, pinchazo, estocada y tres descabellos (vuelta con algunas protestas); estocada corta -aviso- y descabello (oreja). Dos toros despuntados para rejoneo, que dieron juego: Luis Domecq: rejón bajo (oreja). Antonio Domecq: rejón junto al brazuelo, otro trasero y rueda de peones (vuelta). Plaza de Valencia, 13 de marzo. Tercera corrida de Fallas. Lleno.

Alguien por el alborotado tendido se pellizcaba por si estaba soñando, y a lo mejor sí soñaba, pues el arte se confunde muchas veces con el sueño. Cuanto queda dicho acaeció en el segundo de Curro Romero. Al primero también lo toreó, sin tanto temple, pues el animalucho, pequeñajo y anovillado, sacó catadura rebeca, ultrajaba la muletilla de seda que le ofrecía el maestro y, tras escupirse de ella, escapaba a las tablas.

Sombreros le tiraron a Curro... Sombreros y gruesos ramos de romero silvestre. ¡Ay -lamentaba la afición-, si llega a matar bien! No podía ser todo en una sola tarde. De lo bo, poquet, suelen decir los valencianos sabios. Un pinchazo feo, un mandoble donde pudiera caer, otro en franca huída, no iban a desmerecer la explosión aquella de genialidad y de gusto artístico, faltaría más.

Arte excelso desplegó asimismo Vicente Barrera en su primer novillo toreándolo con singular empaque y templanza. Sólo que la menudencia del animalito, su acanelada embestida y la dulzura interpretativa del torero montaban una miel que acabó haciéndose empalagosa. De lo bo, poquet... Al sexto le hizo faena de parecido corte, si bien le faltó ajuste y temple.

Antonio y Luis Domecq rejonearon, igualmente, con arte torero. La tarde estaba de una torería subida y al acabar la función, el público salía toreando. Cosas que ocurren cuando llega un maestro otoñal y va y le estalla en el alma la primavera.

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