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Tribuna:SEMANA DE DUELO PARA LA CULTURA
Tribuna
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El gran zafio

Ángel S. Harguindey

"Yo siempre he admirado al villano, al fuera de la ley, al hijo de perra. Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y las mentes rotas y destinos rotos. Me interesan. Están llenos de sorpresas y explosiones. También me gustan las mujeres viles, perras de maneras borrachas, con las medias caidas y arrugadas y las caras pringosas de maquillajes barato [ ... ] No me gustan las leyes, ni las morales, religiones o reglas". De Bukowski y su declaración de principios se puede decir cualquier cosa menos que es ambigüo. Lo mismo ocurre con su obra.En 1978 publica por primera vez en España. Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y demás relatos de la locura ordinaria (Editorial Anagrama) fue la tarjeta de presentación y conmoción.

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Hijo, hermano y padre espiritual de esa larga tradición de narradores, poetas y visionarios norteamericanos que desde el asfalto, el camino y los bares dejaron constancia de la vida cotidiana, Bukowski entronca con el Steinbeck de Las uvas de la ira, el Thomas Wolfe de distancia corta, el primer Capote, Hemingway, Hunter S. Thompson, Gifford... esa extraña simbiosis de escritor intuitivo, culto y vital que se produce con extraordinaria frecuencia en los EE UU.

Ciertamente Bukowski opto por el estilo límite, el desgarramiento exhibicionista como estímulo creativo. La procacidad era la reina de su casa y el alcohol, el rey. Dos pivotes sobre los que sólo se podía construir ternura con mucho talento. El mismo que intuyó Marco Ferreri cuando decidió realizar Ordinaria locura, con Ben Gazzara en el papel del escritor y Omella Mutti en el de objeto de su pasión.

Es probable que su prosa sea reiterativa. Es seguro que es chabacano pero también sabemos ya, después de tanta banalidad y engreimiento personal, que gentes como Bukowski han aportado nuevas miradas sobre el ser humano; que su consciente vulgaridad y su talento le han permitido encontrar belleza donde se pudren las ratas. Un zafio excelente muerto en los tiempos de Sarajevo, la mayor de todas las groserías.

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