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Redimir a Wilson

Una vez en la historia ha creído Washington tener una política específica en los Balcanes. Fue durante las conferencias de paz celebradas en las cercanías de París en 1919, después de la rendición de las potencias centrales, Alemania y Austria-Hungría. "Las relaciones entre los diversos países balcánicos deben estar basadas en un amistoso convenio de acuerdo con las líneas establecidas por la historia y las nacionalidades; se deben acordar garantías internacionales para la independencia económica e integridad territorial de los diversos países balcánicos".Así reza parte del undécimo de los célebres catorce puntos sobre los que el presidente norteamericano Woodrow Wilson quería basar el "nuevo orden internacional". Ni s¡quiera un devoto presbiteriano sin noción alguna de la historia europea como Wilson repetiría hoy esta cantinela de buenos propósitos salpicados de insultos a la realidad. Aquella política no sólo fracasó entonces, sino que contribuyó a crear monstruos políticos que aún hoy devoran a los hijos de la región.

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Los Balcanes fueron después una preocupación británica, francesa, alemana y rusa, es decir, europea. Esto está cambiando. Sucesos de las últimas semanas ofrecen indicios claros de que, ante el abismal fracasa de la política balcánica europea de los últimos tres años, Washington vuelve a tener claros intereses en esta región y parece haber definido los conceptos básicos para defenderlos. El ultimátum a las fuerzas serbias para que retiraran su artillería en torno a Sarajevo -impuesto por Washington en insólita comunidad de criterios con París- y la decisión demostrada por los aviones norteamericanos -bajo bandera de la OTAN- ante el claro desafío que suponía la operación de ataque en Bosnia de una formación de seis aviones serbios son dos hechos muy significativos en este sentido.

Pero la operación diseñada por la administración Clinton para impedir que sea Rusia la que, a través de Serbia y aprovechando la impotencia de la Unión Europea, se convierta en única potencia balcánica -y a la que están vinculados los dos hechos antes citados- pasa fundamentalmente por la alianza entre los croatas bosnios y el Gobierno de Sarajevo, firmado ayer en Washington. De cuajar esta reactivación de la alianza antiserbia bosnio-croata, el siguiente paso sería una confederación entre el Estado de Croacia y los territorios de Bosnia no ocupados por los serbios. Será difícil imponer sobre el terreno esta nueva vuelta a la colaboración interétnica después de casi un año de estimulación del odio hacia los musulmanes impuesta por Tudjman en abril pasado. El principal y quizá único aval de esta confederación está en el resuelto apoyo norteamericano a la misma y su advertencia a Croacia de que de no aceptar -y cumplir- está condenada a entrar en una asociación de Estados parias y boicoteados con Serbia.

Una confederación entre Croacia y la Bosnia croato-musulmana en la que tuviera éxito la pacificación, la desmilitarización y la reconstrucción con ayuda occidental tendría serios efectos sobre el ánimo de los serbios en Serbia y los territorios ocupados en Bosnia y Croacia. De Rusia pueden esperar el apoyo de alguna finta diplomática para asegurarse las conquistas, pero ninguna ayuda material para salir de su miseria actual. Esta nueva situación podría fomentar la sobriedad, siempre en detrimento del nacionalismo mitológico y el fanatismo racista. Los peligros para este proyecto son inmensos pero no son menores para cualquier otro. EE UU ha vuelto a los Balcanes. Con esta confederación auspiciada por Washington, con una cada vez más sólida presencia política y militar en Albania, un declarado interés por ser potencia protectora de Macedonia y un, aliado poderoso en Turquía, cuenta con las piezas para evitar que Rusia gane la partida en la región con su reina, Serbia. Por fin Washington parece tene una política en los Balcanes. Es imprescindible para el pulso con Rusia que ahora comienza. Además puede redimir los disparates de aquel Woodrow Wilson.

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