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El imprudente

El señor ministro de Economía y Hacienda ha manifestado que, dentro de 25 años más o menos, el actual sistema público de pensiones va a tener problemas serios. Políticos de distinto signo han calificado al señor ministro de irresponsable, sembrador de alarmas innecesarias y, en los casos más benignos, de imprudente.Nadie ha manifestado, por cierto, que el señor ministro haya dicho una estupidez, o planteado un falso problema, o enmascarado, en sus palabras, alguna aviesa intención de fastidiar por espíritu sádico.

Sólo eso: que ha sido imprudente. Pues resulta que alguien nos avisa de que dentro de 25 años se va a armar un lío gordo; también nos dice que se pueden tomar medidas para evitar es mal futuro, que no es irremediable, y, eso sí, que hay que aplicarse pronto, porque, de lo contrario, al cabo de 25 años habrá que hacer uso de terrible cirugía. Y la persona que nos avisa, con 25 años de plazo, es "mprudente". ¿Cuál es el plazo para que la admonición previsora no sea imprudente; ¿50, 100, 127 años? ¿Nunca? ¿Debe excluirse del ámbito de la virtud de la prudencia política cualquier predicción de problema futuro? De donde habría que concluir que la prudencia política consiste en no predecir mal alguno a plazo alguno. Pues vaya con la virtud de la prudencia.

Y todo ello a pesar de que es más que sabido que la evolución demográfica y la de los gastos públicos, sociales y no sociales, amenaza con un futuro no muy tranquilizador; y que la economía española, según experiencia de decenios, ofrece resistencia áspera a la creación de empleo; y que el sistema público de reparto de las cargas de las pensiones entre los que trabajan cada año está basado en la clásica huida hacia adelante; y que la huida hacia adelante es una manera castiza de producir engaño y falsas expectativas; y que el Banco de España, por ejemplo, no permite a los bancos falsear su situación patrimonial, a cuyo efecto les exige que doten las provisiones oportunas para hacer frente a las obligaciones de pago de pensión contratadas con sus empleados; y que el sistema de la huida hacia adelante roza, a veces, las previsiones del Código Penal; y que el Estado, sin embargo, actúa como si confiara en que en el futuro habrá gente que pagará lo necesario para que los aportantes de hoy disfruten de las pensiones del mañana que ahora les prometen (quién lo diría, más que un Estado providencia, un Estado providencialista, a pesar de su declarada no confesionalidad); y que ya en 1981 el Gobierno de la UCD encargó el estudio del problema a una Comisión presidida por el profesor Fuentes Quintana, cuyos trabajos (con los correspondientes informes de Sindicatos y CEOE) se publicaron en Papeles de la Economía Española nos. 12 y 13 y en los que aparecía el sombrío futuro del sistema público de pensiones en su forma de reparto, que es la misma de ahora, y se urgía para tomar medidas, y tantas cosas más. Pero el señor ministro es, qué duda cabe, un imprudente.

Y es que el jaleo político surgido de las susodichas declaraciones ronda la sordidez y ofrece un muestrario variopinto de escándalos de esos que se llamaban, por los tratadistas de moral, farisaicos. Se comprende que los políticos ganan a sus contrincantes mediante una apropiada utilización del miedo y de las esperanzas de la gente; pero el miedo del pensionista público es una eficaz e imprevisible palanca electoral, habida cuenta de la indefensión vital (y limitaciones jurídicas) del dicho pensionista solo frente al Estado. Por eso, el pensionista no debe ser inquietado, y el futuro pensionista, tampoco, salvo que la inquietud sea debidamente canalizada hacia el zurrón de votos para el propio partido. Todo lo cual requiere un delicado juego de ocultaciones, insinuaciones, medias palabras, y ambigüedades; no inquietemos a la gente con su descarnado futuro, así, de modo que cada cual pueda pensar o temer. No minemos su inquebrantable fe en el Estado. Por eso, incluso los posibles beneficiarios electorales de la inquietud se escandalizan; porque ni siquiera están seguros de ser beneficiarios. Todos, unos y otros ponen cara compungida; todos coinciden: unos con la boca grande; otros, con la boca pequeña: el señor ministro ha sido imprudente; ¿pues no se le ocurre al aguafiestas pronosticar problemas... dentro de 25 años? Si será insensato.

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