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El sello renovador

Las diferencias ideológicas afloran en vísperas del congreso que pretende definir un nuevo modelo socialdemócrata

JOSÉ MIGUEL LARRAYAEn 1974, en Suresnes, Francia, una nueva generación tomaba las riendas del Partido Socialista Obrero Español con el membrete renovador, y con él enviaba al desván del partido al sector que se quedó en histórico. Veinte años después, el sello renovador sigue siendo disputado en el 33º Congreso, que se reúne dentro de tres semanas en Madrid. El actual secretario de organización, José María Benegas, que con su carta de dimisión -no aceptada- del pasado mes de abril inauguraba oficialmente la crisis socialista, calificó a sus adversarios en el partido como "renovadores de la nada". La renovación, que con el cambio son las palabras, mágicas de los socialistas españoles, es el eje de un debate ideológico de perfiles, a veces, inciertos. En las últimas semanas, dos dirigentes socialistas, Alfonso Guerra y Joaquín Almunia, que simbolizan posiciones distintas en el partido, han puesto por escrito ideas que permiten trazar algunas de las líneas de ese frente político en el que empiezan a cavarse, algunas trincheras.

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"La sociedad es activa, crítica y exigente hacia el Estado; lo público no siempre es sinónimo de progresismo", afirma Joaquín Almunia en su artículo Sobre la renovación, publicado en el último número de la revista Leviatán. Y añade: "Los socialistas tenemos que ofrecer un esquema coherente de explicaciones ante todos estos cambios [se refiere a las mutaciones sociales de las últimas décadas] e integrar las múltiples demandas que se nos dirigen -no sólo basadas en conflictos de clase- en una perspectiva de conjunto. El proyecto político renovado del socialismo democrático debe perseguir la formulación del interés general de la sociedad; eso sí, interpretado conforme a nuestros valores y principios, a nuestra concepción de la libertad, de la igualdad de la justicia, de la paz y de la solidaridad, sin renunciar a hacerlos realidad".

Adiós al partido obrero

Este abandono de la concepción del "partido obrero" y la defensa de los que viven de su trabajo, asalariado o no, y de los que aspiran a trabajar comporta, en opinión de Almunia, "cambios en las estrategias, en las políticas, en los aliados sociales, en los comportamientos".

La eficiencia, el mercado, la empresa, la competitividad, tienen reglas que, en su opinión, los socialistas están abocados a asumir y dominar. De acuerdo con estas reglas, "la derecha ha planteado su nueva ortodoxia liberal -más mercado, menos Estado- sin que se haya visto confrontada todavía con un nuevo planteamiento global desde la socialdemocracia".

La renovación que postula Almunia exige que se abandone la retórica que todavía perdura en el lenguaje oficial del socialismo y buscar "el modo de compaginar eficiencia económica con equidad, mercado con redistribución, empresa privada con Estado fuerte y beligerante ante la injusticia, competitividad con un nuevo contrato social, construido mediante el diálogo".

El Estado de bienestar, auténtico santo y seña de los socialdemócratas europeos, hoy tambaleante por la crisis económica internacional, es el centro de ese nuevo contrato social que defiende la renovación. Al final lo que se busca es. "el preservar el equilibrio entre los derechos de todos y la eficiencia y suficiencia. econórnica". No se trata de un Estado mínimo, como quieren los neoliberales, advierte Almunia, sino de un "Estado mejor".

Alfonso Guerra, en su artículo El futuro del Estado -que da título al número de la revista Sistema que será presentado, junto a otras publicaciones socialistas, esta tarde en un acto político en el hotel Princesa de Madrid-, dibuja más una línea defensiva que un plan de operaciones. Realiza, ante todo, un llamamiento a la ortodoxia, al rearme ideológico, a las señas de identidad tradicionales frente a "presuntos políticos de izquierda" que proclaman y defienden sin rubor planteamientos conservadores.

Guerra parece verse a sí mismo como el compañero vigilante del patrimonio ideológico del partido. En su opinión, la llamada crisis de la izquierda no es tanto un problema de ideas o de divergencias, que siempre han existido en el seno de la izquierda, como que "la separación, la línea fronteriza entre progresismo y conservadurismo, se está haciendo cada vez más confusa". Y ello se debe, en su opinión, a que, en lugar de "tomar la ideas como punto de partida", la izquierda se ha visto presa de los acontecimientos y es sobre éstos que ha pretendido elaborar la discusión teórica. "Con lo cual, en vez de ser las ideas las que pretenden poner en marcha el motor de la política para transformar la realidad, es la realidad la que establece el horizonte y las posibilidades de las ideas. No es, pues, la falta de ideas, sino la renuncia a la idea como punto de partida, la renuncia a la utopía en el mejor sentido de la palabra, lo que definiría la crisis de la izquierda en estos momentos".

Guerra denuncia que la ofensiva ideológica conservadora -la tesis del fin de las ideologías, el mito de la tecnocracia y el desarrollismo del crecimiento- ha roto, en algunas ocasiones, los planteamientos de la izquierda y la "política progresista se ha convertido por necesidad en una política sólo pragmática".

El dirigente socialista, que no niega la necesidad, en muchas circunstancias, del pragmatismo y acepta las discrepancias en el seno de las fuerzas progresistas sobre "tácticas y estrategias coyunturales", considera, sin embargo, inadmisible que "bajo nomenclaturas progresistas se consagren y defiendan los planteamientos que definen y caracterizan la política conservadora".

Su trinchera es, sin duda, el Estado de bienestar, al que califica de "gran pacto histórico" entre capitalismo y socialismo, ahora amenazado por la ofensiva neoliberal. Y ahí traza su campo de batalla. "Si, desde la lógica del progresismo, el Estado de bienestar supone una conquista histórica irrenunciable, del mismo modo debe constituir un axioma: que no es a través del mercado donde domina la voluntad de los poderes privados, sino a través del poder público, que, en definitiva, es el poder democrático, donde hay que proceder para realizar la defensa de los débiles y procurar el interés común".

El enfrentamiento es, por tanto, entre poderes públicos y poderes privados, con el riesgo de que lo que denomina la "autocolonización", el control de los dirigentes de instituciones u organizaciones por poderes privados, se instale, algo contra lo que "deberá inexorablemente reaccionar" todo partido democrático.

Guerra no oculta su temor ante algunos esfuerzos de "pretendido perfeccionamiento en el ámbito de la izquierda", que "para lo único que están sirviendo es para demostrar que sus protagonistas desconocen los problemas que el socialismo tiene realmente planteados en estos momentos, y que la actualización que proponen es sencillamente la de que el socialismo deje de ser una fuerza democrática de progreso".

La renovación tal vez sea otra forma de hablar de esa situación que alguien admirado por los socialistas definió como lo que ocurre cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer.

Entre la providencia y la asistencia

La ponencia marco del 33º Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) no oculta la crisis del modelo socialdemócrata y refleja la necesidad de dotarse de un nuevo proyecto político, debate subterráneo que mueve muchas de las pasiones que se agitan en la superficie de la pelea entre renovadores, guerristas e integradores. En su primer capítulo, punto 31, la ponencia socialista afirma que, en el momento actual, el modelo socialdemócrata, nacido de la posguerra mundial, se ve ante un doble dilema: "Por una parte, sus herramientas tradicionales no bastan para frenar el paro y dar una salida rápida a la crisis. Por otra parte, los mecanismos de protección social del Estado de bienestar provocan un crecimiento del gasto que contribuye a alargar la crisis, en la medida en que un déficit público alto se traduce en caída de las inversiones. Y sin inversión se agrava la destrucción de empleo y se incrementa el gasto en protección".Además, el debate entre los partidarios del Estado providencia -todo lo posible para a mayoría- frente al Estado beneficencia -lo esencial para los necesitados- se ve descompensado por una tendencia que ninguna de las partes niega: la internacionalización de la economía y del aparato productivo, que, si se sostiene en el plano político con el proyecto de construcción europea, en el plano económico y social impone unas reglas que limitan la expansión del sector público y la intervención del Estado, dos herramientas tradicionales de la izquierda para, tratar de transformar la sociedad. Esta tendencia hacia la mundialización de un sistema económico marcado por el capital financiero, por el momento irresistible y tal vez irreversible, coloca al empresario como supremo hacedor del bien más escaso y codiciado: el empleo. De ahí la paradoja y la contradicción esencial del debate socialista: un partido sostenido por los votos de millones de asalariados, en condición activa, pensionista o parada, tiene que colocar en el centro de su proyecto político a la iniciativa privada, al empresario, como motor principal del que dependerá el rumbo del Estado de bienestar.

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