Reequilibrio, paz y reforma de la ONU
Si aceptamos que 1989 marca el final de la posguerra, podríamos convenir que el mismo año viene a representar ya el final del siglo XX y el inicio del siglo XXI. Sin duda, las dos guerras mundiales, la guerra fría que siguió y el proceso de descolonización que acompañó a estos tres hechos pueden ser contemplados en su conjunto como un periodo histórico con unidad propia.Todo confirma que el poder bipolar es sustituido por el nacimiento de unas estructuras de poder multipolar. El final de la división del mundo en dos grandes bloques nos permite una visión más global de los grandes retos mundiales. Los problemas del medio ambiente que traspasan las fronteras nacionales han comenzado ya a sacudir el concepto sagrado de la soberanía nacional, previamente permeable a la revolución de la información y la comunicación y al global e instantáneo movimiento del capital financiero.
Con la desintegración del sistema comunista, hasta las palabras y los conceptos habituales han dejado de tener sentido. En ausencia del Segundo Mundo no se puede hablar de un Tercer Mundo. Tampoco las clasificaciones geográficas habituales nos son de gran ayuda. No tiene sentido hablar del Oeste si hemos de incluir Japón y Australia, ni del Norte si incluye Albania, Rusia... o del Sur si incluye Nueva Zelanda, Australia, Corea, etcétera.
El mundo está hoy dividido en un centro que dispone de un corazón dominante de economías capitalistas y una periferia constituida por un conjunto de Estados más débiles que operan bajo un sistema de relaciones construidas en gran parte por el centro.
En la medida en que el bloque comunista, Segundo Mundo, se ha desintegrado y en tanto que el enfrentamiento armado entre Estados Unidos y la Unión Soviética ha quedado definitivamente superado, las cuestiones económicas, sociales y de medio ambiente han ido ocupando los primeros puestos en la agenda de seguridad internacional.
El fascismo y el comunismo como alternativas para las sociedades industriales han sido definitivamente descartados, y es difícil imaginar que puedan resucitar. El capitalismo liberal con todos sus defectos y contradicciones aglutina el consenso internacional como la fórmula más deseable de sistema político y económico, y comporta a la vez un peligro creciente de radicalización desreguladora de las fuerzas del mercado.
La consecuencia de la nueva situación internacional conlleva un grado mucho más bajo de división ideológica y rivalidad entre los países del centro y un interés mucho menor de los grandes poderes por competir en alianzas con la periferia (Tercer Mundo).
La nueva configuración del panorama internacional supone por un lado unas nuevas relaciones de poder multipolar, en el sentido de que hay una única y gran coalición que gobierna las relaciones internacionales. Es esta única coalición la que da fuerza al modelo centroperiferia y hace la nueva situación única. Las alianzas en la guerra del Golfo son, bajo este análisis, un ejemplo irrefutable.
En lo referente a la seguridad, el mundo se divide ahora en dos grandes esferas, una en la que el peligro de guerra es limitado y la presión para la desmilitarización se está incrementando, y otra en la que el peligro de guerra está creciendo y en la que las presiones para incrementar la capacidad militar aumentan.
En las dos grandes áreas, las causas inmediatas de inseguridad son domésticas, incluyendo la pobreza, la violación de los derechos humanos, la falta de democracia, los conflictos étnicos y la degradación medioambiental. La inseguridad doméstica en cada una de estas grandes áreas incrementa la inseguridad en la otra debido a su impacto en el flujo de personas, capitales e imágenes.
Hoy el mundo ha de hacer frente a nuevas amenazas provenientes de que se han desparramado armas de destrucción masiva, del incremento de la pobreza y la desigualdad económica, de las amenazas medioambientales y de la destrucción de la biodiversidad.
En estas circunstancias es inútil para el llamado mundo industrializado tratar de salvarse aisladamente de los efectos de la inseguridad que en parte él mismo ha provocado en las periferias: migraciones, terrorismo, etcétera, porque el mundo está demasiado integrado, las sociedades nacionales están demasiado interconectadas una con la otra y las fronteras son demasiado porosas.
Los intentos de crear barreras efectivas crearían un mundo menos libre, menos próspero y, en último término, más inseguro.
Uno de los cambios en el concepto central de seguridad es el creciente papel del islam como elemento central de oposición a la hegemonía occidental. Éste será un problema esencialmente importante para los países de la periferia provenientes del Tercer Mundo, pero, a medio plazo y en la medida en que el islam pudiera aglutinar la legalidad histórica de la frustración con la rivalidad ideológica, podría convertirse en el elemento central del antagonismo antioccidental de los países periféricos y crear problemas de seguridad en Europa y la Unión Soviética / Rusia, tanto por la proximidad de las fronteras como por el mosaico religioso interno.
Una manera de prevenir la guerra es el desarme, la reconversión de armamentos y la desmilitarización, pero estas medidas no serán nunca suficientes si no van acompañadas de acciones de diplomacia preventiva y especialmente si no se trabaja para la extensión de la democracia en el mundo.
Extender la democracia comporta asumir que los valores universales existen y que tienen que ser defendidos. El reto consiste en saber identificar los valores que pueden trascender las divisiones económicas, étnicas, nacionales, religiosas y sociales. Es necesario alentar un sentido de ciudadanía global que permita sobreponerse a las fuerzas desintegradoras que se están haciendo evidentes en todo el mundo.
Estos nuevos valores, ésta nueva ética, tiene que ser suficientemente amplia como para poder incluir y ordenar la maravillosa diversidad de filosofías morales que existen en el mundo, pero a la vez hace falta que sea suficientemente concreta como para facilitar unas bases maestras para la acción colectiva.
Muchas actitudes y prácticas que habían sido previamente aceptadas son ahora universalmente condenadas. La guerra, el colonialismo, la opresión política, la desigualdad extrema y el racismo ya no son moralmente defendibles. Pero aún hace falta encontrar la manera de articular y ejemplarizar este consenso emergente.
En los últimos 50 años, el concepto de desarrollo comportaba el crecimiento en las sociedades industrializadas y el estancamiento de las sociedades del Tercer Mundo. En las primeras décadas de la posguerra, el desarrollo era entendido en cortos términos económicos, y los esfuerzos por promocionar el desarrollo eran enfocados exclusivamente hacia el incremento de la producción y de las rentas personales. Poco a poco hemos ido comprendiendo que el crecimiento produce en muchos casos un desarrollo cuestionable. Más aún, también hemos aprendido que el crecimiento del PIB no siempre comporta un incremento en los puestos de trabajo. En los últimos diez años, España ha triplicado el PIB, pero no ha creado puestos de trabajo en la misma proporción.
Estos hechos han comportado un nivel diferente de comprensión que da más importancia a las exigencias de equilibrio e igualdad y anima a hacer esfuerzos para que el crecimiento beneficie también a los menos favorecidos. La idea del crecimiento sostenido toma fuerza.
La creación de un nuevo consenso sobre valores globales y seguridad global no mejorará automáticamente la condición humana. Este concepto tendrá que tomar una forma concreta. Nuevos y más desarrollados conceptos de derechos y obligaciones en una sociedad global tienen que tomar forma y contenido a través de la autoridad de la ley cumplida en todo el mundo.
Las instituciones existentes actualmente tendrán que readaptarse y nuevas instituciones deberán ser creadas.
Los retos del siglo XXI requieren instituciones más descentralizadas y menos jerárquicas. Instituciones que puedan funcionar de forma efectiva en todo el mundo por comunicación instantánea y cambio constante. La distinción entre la esfera pública y la privada se decolora y las fronteras que tradicionalmente han separado comunidades, Estados, regiones, se borran.
En este nuevo marco de relaciones, la reforma de Naciones Unidas es de una urgencia capital. La profundización y desarrollo de la Carta de Naciones Unidas puede hacer de esta institución una pieza central de una nueva autoridad global que recoja y haga compatibles las exigencias de autoridad y soberanía y que pueda ofrecer al mismo tiempo la esperanza de la coherencia en medio del cambio.
es miembro de la Comisión para la Reforma de las Naciones Unidas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.