Cizaña
Amo a España siempre que España signifique que el idioma catalán es obligatorio en Cataluña. Amo a España siempre que este concepto sagrado también incluya que Cataluña es un país libre. Hecha esta proclama, como si uno fuera un Jefferson del regadío valenciano, paso a decir que no tenemos suerte. En medio de la gravísima crisis económica que nos aflige, algunos nacionalistas españoles se han permitido el lujo de abrir la caja de las serpientes al plantear la cuestión lingüística de una forma agresiva y demagógica contra Cataluña. Son muy pocos todavía los catalanes que quieren la independencia, pero si la cizaña que han sembrado estos guerreros del castellano arraiga, dentro de poco serán millones los que la exigirán a gritos. Si yo fuera un independentista catalán animaría a estos señores a que siguieran excitando los ánimos, ya que sólo así podría un día no lejano plantearse abiertamente una batalla entre las conciencias. El problema de España no es el País Vasco, sino Cataluña. Históricamente, la conciencia española se fraguó frente a los portugueses y los catalanes. Aquéllos se independizaron; éstos aún permanecen ahí, insertados en España. Mientras el País Vasco se desangre, no conseguirá la independencia: los terroristas cohesionan el Estado. En el fondo del inconsciente de muchos patriotas españoles sucede algo terrible: saben que el terror es un obstáculo para la independencia de los vascos; lo rechazan y al mismo tiempo lo agradecen, puesto que les sirve. Pero en Cataluña existe una armonía ejemplar entre las dos lenguas, muy lejos de la agresividad que este problema despierta en Bélgica o en Canadá. Al parecer, algunos patriotas españoles no están de acuerdo con el hecho feliz de que en Cataluña se enseñe en catalán y se garantice a los escolares el perfecto aprendizaje del castellano. ¿Es tan malo que los alumnos catalanes al final sepan hablar correctamente dos idiomas tan bellos? España es eso. Pero a algunos les parece peligrosa esa paz. Por eso están dispuestos a dinamitarla.
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