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El laberinto de las vírgenes

Juan José Millás

El martes leí que un hombre se había cortado el pene en un bar del barrio de la Concepción y me puse nostálgico, porque ese barrio lo conozco muy bien; viví en él algunos de los años más decisivos de mi juventud: recuerdo que cada una de sus calles tenía el nombre de una virgen. Se trata de uno de los primeros barrios monográficos de Madrid, pero hay más: la fiebre de la especialización empezó entre nosotros por los barrios, o quizá por las vírgenes. Ahora vivo en uno en el que todas las calles tienen nombres de barcos y es un desastre: no hay manera de distinguirlas, porque les falta identidad, carácter. A menos que seas un experto y conozcas la diferencia entre una carabela y un batel, no serás capaz de memorizar dónde se encuentran. A veces, alguien me pregunta por la calle de la Canoa, por ejemplo, o por la del Bergantín, y yo siempre digo lo mismo:-Pues está por aquí, pero no sé dónde.

Y es verdad, no sé dónde están las calles de mi barrio; lo mismo me pasaba cuando vivía en el de la Concepción, que ignoraba dónde estaban las vírgenes, todas me parecían iguales, de manera que no sabía cuál de ellas coger para llegar a Hermanos de Pablo. En Hermanos de Pablo había una librería, La Oveja Negra, donde pasábamos las tardes contándonos historias increíbles sobre las tromboflebitis de Francisco Franco. Qué días. -

Pues la calle en la que se fue a cortar el pene un tal F. J. F. no era otra que la de la Virgen de la Fuencisla, donde me parece que había una farmacia en la que yo compraba los optalidones de entonces, que eran estupendos. Te tomabas dos optalidones de aquéllos con el primer café de la mañana y andabas todo el día en una nube, de una virgen a otra, ya digo, sin saber a ciencia cierta cuándo estabas en una y cuándo en otra. Luego los socialistas destrozaron el optalidón, o sea, le quitaron el barbitúrico, y ahora es una gragea inútil, llena de cafeína, que sólo sirve para ponerte nervioso. Te tomas un par y al rato te cabreas por todo. Los del PSOE no lo saben, pero mucha gente de la tercera edad dejó de votarles cuando se cargaron el optalidón, que era su droga preferida. Se lo oí decir a un viejo, lleno de rencor, en una residencia:

-Me importa un carajo que saquen a Marx. de la composición cualitativa del partido, pero no les perdono que hayan quitado el barbitúrico al optalidón.

A lo mejor el tipo que fue a cortarse el pene el otro día en Virgen de la Fuencisla no habría hecho nada si hubiera podido tomarse un optalidón de los de antes. Menos mal que el corte sólo afectó al cuerpo cavernoso y se lo han reconstruido enseguida. La verdad es que esta moda de talar penes al principio me parecía un desastre, pero ya voy encontrándole ventajas. Yo creo que el hecho de que todos los penes puedan reimplantarse, incluso después de haber sido arrojados por la ventanilla del coche a cualquier sitio, va a acabar por quitarnos el miedo a la castración, que es uno de los miedos que, por lo visto, nos acompañan desde la infancia. Como contrapartida, tendremos que aceptar que el pene, que parecía un árbol, no es más que un cuerpo cavernoso, hueco. Es fácil de reconstruir por eso, porque está lleno de túneles. Quizá sea duro aceptar que lo que percibíamos como un volumen no es en realidad más que una ausencia inflada, pero a cambio de eso nos quitamos el miedo a que nos castren. Una cosa por otra. El barrio de la Concepción, como todos los barrios de Madrid en los que he vivido, son hoy en el recuerdo cuerpos cavernosos, ausencias reimplantables, indistintamente, en la memoria del afecto o en la del rencor. Un agujero cabe en cualquier parte, incluso en el bolsillo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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