Instrucciones para no morir
Más que un concierto fue una concelebración, un rito de turbamulta, un fiestón. Sabina y Madrid mantienen ardorosa relación sentimental. Hacía año y medio que el cantante no daba un concierto por aquí. Salió al escenario como un miura, a arrasar. Fue agasajado con un aullido de gozo por 3.000 almas, llenazo histórico en los cuatro años de vida de la sala. Desde el primer guiño, desde la primera canción Sabina y su público convirtieron en una unidad de destino en lo singular. Más que crítica de un concierto, esto podría ser la crónica de un amancebamiento. Todo ello, con cuerpo de jota retozón y una marcha rockera esplendorosa.
Cumpleaños sembrado
Joaquín Sabina
Joaquín Sabina (guitarra: y voz), Pancho Varona (guitarra), Antonio García de Diego (teclado, guitarra y voces), José Antonio Romero (guitarra y teclado), Andreas Prittwitz (saxo y teclado), Paco Bastante (bajo y coros), Óscar Quesada (batería). 3.000 personas. Precio: 2.500 pesetas. Sala Universal Sur. Leganés, 11 de febrero.
Sabina, que esa noche cumplía 45 años, estuvo sembrado. Como el flautín de Hamelín, engatusó a la muchedumbre, y viceversa. Su magnífica banda, formada por músicos de prestigio contundente, fue arrolladora: salieron todos con ángel y con el mismo brío que el cantante. Su inseparable guitarrista Pancho Varona, el versátil Antonio García de Diego, el virtuosismo de José Antonio Romero, la seguridad de Andreas Prittwitz... Todos llevan tiempo al lado de Sabina y los kilómetros y las horas se notan sobre el escenario, eliminando las fisuras.El abigarrado público coreó cada canción, cada broma, cada insinuación. Y se rindió una cálida ovación a Julio Cortázar, de cuya muerte se cumplían 10 años esa noche, como recordó Joaquín. Durante más de dos horas, Sabina dio un repaso a todo su repertorio y presentó, tímidamente, un par de temas de su inminente nuevo disco. Podían haber dado las 10 y la una y las dos del día siguiente, porque el respetable se negaba a abandonar el banquete. En uno de los bises hizo una sorprendente versión reggae de Pongamos que hablo de Madrid.
Con sus historias cercanas y asimilables, Sabina transmite alegría de vivir. Encandila también a las nuevas generaciones, con las que se entiende de maravilla. Tocado por el rock and roll, no omite detalles de balada, bolero, ranchera, ternura, cierta melancolía, invitaciones a la transgresión y a la solidaridad, ira, despecho, maniobras en la oscuridad, sutil desamparo.
Sabina es un viejo zorro que está como un chaval. Sueño de buena parte de la especie humana. Cultiva la capacidad de gritar, reir, golfear, plantarse, alucinar, perderse, trasnochar sin rumbo y tener algunas cosas claras. No ser esclavo de nadie ni tirano de nadie: esto transmite Joaquín Sabina ; y estas cosas no mueren jamás.
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