Todos somos espías
A pocas horas de navegación y menos de vuelo de Alicante y Palma de Mallorca, un vecino se nos está libanizando a marchas forzadas. O al menos lo está haciendo en uno de los aspectos más horribles de la larga tragedia libanesa. Ese vecino, cuya historia ha estado tantas veces entremezclada con la española, es Argelia, y el aspecto de lo que allí ocurre que parece calcado de lo sucedido en el Beirut de los anos ochenta es la caza y captura del extranjero por el mero hecho de ser extranjero.Lamentablemente, todo parece indicar que las guerras libanesas fueron un gigantesco ensayo general de los conflictos de este final del milenio. Los asediados habitantes de Sarajevo sufren el martirio padecido por los beirutíes en el verano de 1982. En el resto de la ex Yugoslavia se interpreta una nueva versión del brutal todos contra todos que caracterizó los tres lustros de batallas libanesas.
De Argelia nos ha llegado en las últimas semanas otra puesta al día de los horrores experimentados en el país de los cedros. Un total de 28 extranjeros han sido asesinados por grupos clandestinos islamistas, y tres funcionarios del consulado francés permanecieron secuestrados durante varios días. Un pánico natural se ha adueñado de los residentes occidentales en el país magrebí. Colegios, agencias de prensa y oficinas comerciales cierran sus puertas. Los diplomáticos, periodistas y empresarios que siguen allí limitan sus movimientos a lo estrictamente necesario.
Déjà-vu en Beirut, en la segunda mitad de los años ochenta, cuando Hezbolá y los grupúsculos que como Y¡had Islámica giraban en su órbita abrieron la veda de cualquier occidental que se moviera por los parajes. El argumento de entonces -el que llevó a la muerte al sociólogo francés Michel Seurat, encadenado a un radiador en un sótano de los suburbios shiíes de Beirut- es el mismo que el empleado hoy por los terroristas argelinos.
"En tierras del islam, los extranjeros son espías impíos", declaró hace unos días Saif Alá Yaafar al semanario libanés Al- Wassat. "Atacamos a los judíos, a los cristianos y a los apóstatas residentes en Argelia, porque son los agentes de un compló colonialista profanador", añadió este energúmeno, cuyo nombre significa literalmente La Espada de Dios. Hablaba en nombre del Grupo Islámico Armado (GIA), la organización clandestina que recrea en Argelia las hazañas de Yihad Islámica.
En sus variantes más extremas, el islamismo político ha convertido la xenofobia en una verdadera paranoia. Para los activistas de Yihad Islámica o del GIA, el occidental que vive en un país musulmán es, por definición, un agente de los servicios secretos norteamericanos y/o israelíes. Que sea francés, alemán o español da lo mismo. Para los locos de Dios, uno de cuyos libros de cabecera es ese centenario y ominoso panfleto llamado Los protocolos de los Sabios de Sión, Occidente es un conjunto único dominado por los judíos. Por ello, cualquier europeo o norteamericano, incluso cualquier japonés o surcoreano, es un peligroso enemigo sionista a abatir o a mantener encerrado durante años.
¿Tiene algún tratamiento esa peligrosa enfermedad del espíritu? Sí, lo tiene: uno aún más centenario que Los protocolos de los Sabios de Sión y que llamamos democracia. El poder en Argelia sigue en manos de los que nunca lo han abandonado desde la independencia de ese país: los militares. Encarna ahora ese poder el general Liamin Zerual. Si su condición de hombre uniformado no le impide avanzar por la senda del diálogo que él mismo trazó en su investidura, Zerual merece apoyo. Pero el flamante presidente argelino debe ir directamente al grano. Sólo una negociación con la cúpula del perseguido Frente Islámico de Salvación -ahora en prisión- permitirá que los mucho más extremistas locos de Dios del GIA se conviertan en el fruto perecedero de una situación coyuntural. Si es así, si se instauran en el vecino magrebí un clima de diálogo y la perspectiva del restablecimiento de las libertades, los europeos podremos volver a pasear con tranquilidad por las callejuelas de la alcazaba argelina.
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