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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reforzar el proceso

EL PROCESO de paz en Oriente Próximo avanza en dos planos. Por un lado se encuentran las lentas y difíciles negociaciones israelo-palestinas en torno a las autonomías de Gaza y Jericó. Por otro, y especialmente desde la cumbre de Ginebra del pasado 16 de enero entre los presidentes Clinton y El Asad, de Siria, se busca involucrar a los principales países árabes en el arreglo global, pacífico y posteriormente económico de la región.Por muchos retrasos que pueda experimentar la negociación del futuro de Gaza y Jericó, se puede ya casi dar por descontado que este futuro existe. La reunión del fin de semana pasado en Davos entre Yasir Arafat y Simón Peres ha cerrado en gran parte los temas pendientes. En primer lugar, el tamaño que debe tener el área de Jericó. En segundo, quién ejercerá los controles de entrada y salida en las fronteras de Gaza con Egipto y de Jericó con Jordania. Este asunto es muy complejo, ya que afecta no sólo a la per meabilización fronteriza para terroristas o para centenares de miles de palestinos exiliados, sino también a las cuestiones de la seguridad de los asentamientos israelíes en Gaza y la de los llamados corredores por los que, bajo protección propia, los palestinos puedan atravesar el territorio ocupado de Cisjordania para llegar a Jericó.

Pero para la paz en toda la región, que es el auténtico objetivo del proceso negociador, el salto cualitativo se ha producido, sin duda, con la entrada de Siria en el diálogo. En Damasco se encuentran las llaves que pueden desbloquear cuatro temas esenciales: el final del aislamiento de Irán, el término del boicoteo árabe a las compañías que negocian con Israel, la participación de Jordania en las negociaciones entre árabes e israelíes y en los procesos posteriores de integración regional, y el control del terrorismo de Hezbolá en Líbano y de las 10 organizaciones palestinas del frente de rechazo asentadas en Damasco.

Hafed el Asad, por su parte, tiene dos objetivos: el reconocimiento de Siria como la potencia árabe hegemónica de la zona y el levantamiento de la califica ción de país delincuente (protector de terroristas) que le ha impuesto Estados Unidos. Es evidente que la cumbre de Ginebra con Clinton le confirió lo primero. Lo segundo depende exclusivamente de él. Pero es fundamental para que la dialéctica de la violencia vaya siendo sustituida por unas medidas de establecimiento de confianza que hagan posible la convivencia entre judíos y árabes.

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El arreglo definitivo de la situación en Oriente Próximo depende de cuatro cuestiones fundamentales. Dos, ya conseguidas: la aceptación por los árabes de que Israel está donde está de forma definitiva y la admisión por los israelíes de que van a tener que convivir con los palestinos (probablemente con un Estado palestino) en unos territorios ocupados que no les pertenecen. La tercera es la aceptación por Israel de que los altos del Golán ocupados a Siria, esenciales o no para la seguridad judía, van a tener que ser devueltos. Y la cuarta, mucho más compleja, el acuerdo sobre el estatuto de Jerusalén.

En este momento son precisamente los altos del Golán los que constituyen el nudo gordiano de la participación sincera -si el término es aplicable a El Asad- de Siria en la paz. Golán por terrorismo y por acuerdo de paz con Damasco y Amán es un buen término de intercambio.

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