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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Laberinto italiano

LAS ELECCIONES italianas del 27 de marzo van a diseñar el futuro político del país sobre un papel en blanco. Los antiguos partidos se han esfumado (al menos sus nombres), sobre todo la Democracia Cristiana y los socialistas, pilares de un régimen que se ha hundido en la corrupción y la vergüenza. No hay puntos de referencia serios para considerar el porvenir. Traspasar los resultados de las últimas elecciones locales, con la victoria de la izquierda en las grandes ciudades, da una imagen falsa: en esos casos, bastó una personalidad limpia y prestigiosa para colectar los votos de una amplia mayoría a despecho de las diferencias de partido.Ahora está sobre la mesa algo totalmente distinto: hay que realizar coaliciones entre los nuevos grupos y partidos para tener posibilidades de llegar al Parlamento con un número de diputados suficiente para gobernar o condicionar en la mayor medida posible a los que asuman el poder. La tarea resulta sumamente complicada.

La incertidumbre del momento facilita iniciativas aventureras como la que acaba de tomar Berluscon¡, un magnate de la finanza, la televisión y la prensa, que ha decidido lanzarse a la arena política para formar una agrupación de derecha capaz de frenar a la izquierda. Sus primeras declaraciones suenan a viejo discurso anticomunista -con sabor a rancio-, pero los medios de que dispone, sobre todo en televisión, le permiten esperar un eco serio en la opinión. Hay varias explicaciones de su gesto: no pocos lo atribuyen a las dificultades en que están sus empresas y a su deseo de crearse una influencia política para proteger sus intereses. Sería, pues, un retorno, con otras formas, a los usos de la vieja política, tan denostada, especialmente por Berlusconi.

En todo caso, en la zona del centro-derecha se presentan las mayores dificultades para cuajar alianzas que tengan un mínimo de coherencia interna. Pareció que Segni (cuyo prestigio se basa en su papel pionero en la descomposición del viejo sistema) había logrado aunar a la Liga y al Partido Popular (hijo de la DC, pero con ansias de pureza). Pero Bossi rechazó lo que sus tenientes habían urdido. No es extraño: entre la Liga y la ex DIC hay abismos programáticos y toneladas de insultos y descalificaciones. Si se acercan, necesitarán al menos tiempo.

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En cuanto a Berlusconi, aunque su intención sea perjudicar a la izquierda, su entrada en escena está contribuyendo a agravar la confusión y las fisuras en el centro. A menos que juegue la carta del apoyo a los neofascistas, como hizo en la elección local de Roma. Pero entonces se alejará de él la mayor parte del centro.

En la izquierda se ha creado una mesa progresista en la que figuran la RETE de Orlando, los verdes, los restos socialistas, el PDS y Refundación Comunista. Las contradicciones programáticas -sobre todo entre estos dos últimos- son considerables, pero sin duda permiten colaborar en la campaña electoral. No así en caso de que llegase la hora de formar Gobierno. Por eso Occhetto, que aspira a colocar al PDS en un lugar semejante al del laborismo en el Reino Unido, o al del SPD en Alemania, tiene proyectos que jamás los comunistas de Refundación aceptarían. Su idea es que Italia necesitará un Gobierno en el que colaboren fuerzas de izquierda y del centro, como se deduce de su propuesta a Martinazzoli de iniciar conversaciones. Ello refleja una preocupación compartida por muchos italianos: la conveniencia de evitar que una fuerza como la Liga Norte, quizá hoy con muchos votos, pueda desde el poder amenazar la unidad de Italia.

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