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Gente de reojo

Juan Cruz

Madrid tiene cuatro millones de habitantes y, todos son desconfiados, menos un chico que fía periódicos en la calle Diego de León.El día de la huelga ese quiosco estaba cerrado, de modo que todo Madrid era una desconfianza completa.

Los madrileños heredaron ese aire de reticencia que tienen sus miradas de las épocas más oscuras de la historia, cuando todo estaba bajo control, las ataduras pretendían estar aún más atadas y los porteros y los taxistas pedían la filiación con los ojos.

Siempre se dijo que, ésta es una ciudad alegre y confiada, pero a Madrid a veces se le hiela la sonrisa y se le cierran las puertas y por todas partes surgen cuchillos de frío que no templa ni dios.

El día de la huelga fue, por lo menos durante un minuto larguísimo de la mañana, uno de esos témpanos del tiempo de la desconfianza. Todos entonces nos miramos de reojo, y como el tiempo era bueno resultaba muy extraño ver cómo nos eludíamos los huelguistas y los esquiroles, y los esquiroles y los huelguistas, con esa languidez extraviada: quién nos estará traicionando, quién nos somete a vigilancia.

Era un muro de agua tibia, indecisa, el que nos separaba debajo del cielo más limpio del invierno. Yo, en concreto, era esquirol, que es como se llama esta figura, y con esa apariencia debí sentirme en la calle porque de todas partes percibí, quizá sin otro sentido que el de mi propio prejuicio, que lenguas brotaban de las esquinas para reprocharme el destino de mis pasos.

Madrid es una ciudad maravillosa; ese día sentí que lo era, y ese sentimiento está en algunas fotos espléndidas en las que hombres quietos y confiados someten a sus perros al placer del paseo en tiempos de la bonanza de los días libres. Era hermoso ver ese paisaje, pero negar que desde algunos postigos había también en los dientes de la ciudad rastros de la amarga desconfianza de otros tiempos, aunque fuera en el destello de un instante, sería como creer que todo el monte es orégano. Había ese día madrileños de reojo, y hasta que acabó la jornada no se aclaró del todo el tono turbio de millones de miradas.

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