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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Trenes con hilo musical

Soy un usuario habitual de los servicios de cercanías de Renfe. Desde hace ya casi tres años utilizo este medio de transporte para desplazarme diariamente desde mi domicilio hasta mi lugar de trabajo, y debo reconocer, y así lo digo, que en este periodo el servicio ha mejorado notablemente. Los trenes no sólo son más puntuales, sino que además muchas de sus unidades, ya un tanto antiguas, han sido remozadas y sustituidas por otras más nuevas y modernas, algunas incluso de dos pisos, lo que no deja de ser hasta un poco espectacular. Claro que todo tiene sus pros y sus contras.Así es que resulta que estas nuevas unidades, siguiendo las directrices de los tiempos actuales, carecen de aquellos asientos tapizados en rojo, lo que, según la época del año, era bueno o era malo. Me explico. Era bueno en invierno porque, mulliditos que eran ellos, resultaban ciertamente acogedores, especialmente a primeras horas de la mañana, tan frías y oscuras, en que la mayoría de los pasajeros, siempre que conseguían asiento, se dejaban hundir entre sus brazos y así proseguir su plácido sueño, o dar las primeras ojeadas a la prensa del día, dejándose llevar (dicho sea esto en el más literal de los sentidos).Y era malo porque en cuanto los primeros calores del tórrido verano madrileño despuntaban, simultáneamente lo hacían los sudores de los viajeros Sudores que se veían agudizados a consecuencia del contacto de las espaldas de aquéllos con ese mismo tapizado que, de cómplice en invierno, pasaba a ser enemigo en verano, empapando blusas y camisas, dejando a sus portadores una presencia que dejaba bastante que desear.

Pero, como digo, han suprimido esos asientos, sustituyéndolos, por otros más asépticos y duros. Y es precisamente esa dureza la que impide en esas mañanas invernales proseguir los sueños o echar el primer vistazo al periódico con cierta comodidad (tributos que hay que pagar en aras del progreso); claro que, llegado el verano, evita la proliferación de desagradables sudores en connivencia con los sistemas de aire acondicionado (conquistas de la técnica). Mas no son éstos los cambios más notables que se observan en los nuevos trenes, sino que los mismos han sido dotados de una suerte de hilo musical, prestación esta que no siempre se encuentra en uso. Lo cierto es que no siempre la marcha y el regreso del trabajo se ven amenizados por esos momentos musicales.

Admitiendo que esta característica pueda ser, en principio, calificada de positiva (debo indicar que, para mi gusto, el silencio resulta placentero y permite apreciar el, susurro de las conversaciones de otros pasajeros, cuando no aquel relajante e incluso sugerente traqueteo de los viejos trenes), también es verdad que ello depende del uso que se le dé. al invento, pues si agradable puede resultar el viaje, amenizado ya por bonitas melodías, ya por las más imperecederas páginas de la música culta, también puede ocurrir que ese mismo viaje le puede convertir en una tortura para los oídos, la educación musical y la tranquilidad y el sosiego a que todo ser tiene derecho, tanto a la hora de acudir a su puesto de trabajo, dispuesto a enfrentarse con su obligación, como cuando, acabada la jornada laboral, con el cansancio acumulado por la dura tarea y la satisfacción del deber cumplido, dichoso de saber que llega la hora de reunirse con los suyos, alguien, no sé quién, se empeña en atormentarle y, haciendo un uso torticero del invento, arremete a todo volumen con los grandes éxitos de Marta Sánchez. Por ello, a quien corresponda, ¡no más Marta Sánchez en los trenes, por favor y por piedad!-

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