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¿El Papa es un mito religioso?

Sin duda, para muchos lo es. Unos, creyentes, lo endiosan tanto que su devoción raya en la idolatría. Otros, no creyentes, opinan que la institución del papado es un residuo de tiempos supersticiosos, en los que la religión tenía más de magia que de otra cosa. Pero también hay quienes, desde fuera del catolicismo, hacen de su guru un dios o un semidiós. Parece que algunos no pueden dejar de depender infantilmente de un padre espiritual en la tierra, que nos mantenga siempre en la minoría de edad.En el siglo pasado hizo mella, y la curia romana parece que lo propaga hoy, al menos con los hechos, la idea de que el Papa era el "vice-Dios de la humanidad" (Veuillot), o "la encarnación del Hijo de Dios" (cardenal Mermillod), o "Cristo en la, tierra" y "Dios en la tierra", o que "Jesús ha puesto al Papa al mismo nivel de Dios" (san Juan Bosco), y que "cuando el Papa medita, Dios piensa en él", añadía la revista oficiosa del Vaticano La Civiltá Cattolica. ¿Caben mayores disparates antievangélicos?

No sabemos los católicos el daño que ha hecho la idea popular de la infalibilidad, que enseñó por sorpresa el Concilio Vaticano I en 1870. De los más de mil obispos que entonces había, sólo votaron esta idea la mitad, y el papa Pío IX hizo oídos sordos a las prudentes voces que querían debatir más el tema, llegando a contestar a estos requerimientos: "La Tradición soy yo y no necesitó esperar más.

¿Dónde está, en este caso, esa consulta universal que hicieron los dos únicos papas que se suele decir que en 20 siglos decidieron definitivamente algo en nuestra Iglesia? ¿E hicieron esta consulta para no caer en el cisma que, desde el medioevo, se suponía en un papa que pone la espalda a la fe le los fieles? ¿Y qué decir de los 19 siglos anteriores, en los qué la Iglesia funcionó sin saber con seguridad que el Papa fuera infalible? La historia del papado es la historia de sus errores, que los más avisados historiadores católicos anunciaron. Y la más, alta autoridad de su Iglesia fue la promotora de los mismos. De nada le valió ese carisma extraño tan mal explicado. Repasemos estos errores de los que mandan en la Iglesia:

La herejía arriana fue mantenida por la mayoría de los obispos de los primeros siglos, y el papa Liberio condenó a san Atanasio, que se opuso a ellos y fue paladín de la ortodoxia contra el arrianismo. Gregorio XIII celebró la cruel matanza de los protestantes franceses la noche de San Bartolomé. Y la institución de la inhumana y antievangélica Inquisición. O la predicación de las Cruzadas para exterminar a los infieles, y así ganar el cielo. O Urbano VIII persiguiendo a Galileo, sólo reivindicado 350 años después. O el desacierto de condenar injustamente al patriarca de Constantinopla en 1054, con la consiguiente división de la cristiandad, y al final reivindicado 900 años después. ¿No se puso en el índice de libros prohibidos a la Biblia en la lengua vulgar, que es la única que todos podían entender? ¿No se fomentó en el Vaticano la castración de los niños del Coro de San Pedro para que tuvieran voces más atipladas? Y nada digamos de la enemiga de Gregorio XVI contra los derechos humanos fundamentales, que él llamaba "libertades de perdición".

Nosotros, los creyentes, lo único que sabemos es que en la Iglesia siempre se difundirá el Evangelio, aunque sea en medio de este conjunto de errores y equivocaciones, pero nada más: eso es lo único seguro que podemos decir de ese privilegio tan poco frecuente de la infalibilidad.

No tenemos, entonces, más remedio que elegir entre el papa Alejandro VI, que mandó a la hoguera a Savonarola, y Benedicto XIV, que consideró como santo a este fraile rebelde. O entre el papa que condenó los ritos chinos en 1646, impidiendo que se difundiera el cristianismo allí, y el que los aprobó con tres siglos de retraso, en 1939. O el que condenó al silencio a los mejores teólogos de este siglo -Chenu, Congar, Feret, De Lubac- y el que pocos años después los nombró expertos del Concilio Vaticano II. Tenemos también que dudar de la competencia técnica de los papas como Gregorio XVI, que condenó las vacunas, hoy en pleno uso; lo mismo que ahora debemos hacerlo con los, únicos métodos anticonceptivos autorizados por Roma -como es la continencia periódica-, cuando los inconvenientes de este método son mayores que otros que la Iglesia no acepta, pudiendo producir mayor número de malformaciones congénitas que aquellos procedimientos prohibidos por ella, al decir de un especialista nada sospechoso, como el doctor Botella Llusiá, en su obra La contracepción (Cupsa Editorial, Madrid, 1977). ¿Y qué pensaremos de lo que dijo hace 100 años la revista vaticana. de los jesuitas La Civilta Cattolica y lo que dice en 1989 Porque entonces consideró al Papa, y a su entorno, como una crítica al "piramidismo eclesiástico", que hace "proliferar las exageraciones de la papolatría y el bizantinismo áulico".

Yo pienso, como el cardenal Daniélou, que "el aparato exterior de la Iglesia me parece secundario, incluso me cuesta trabajo tomarlo en serio, ya que pienso que pertenece a la, comedia humana". No ha habido mejor manera de definir a la Iglesia que la expresión de los antiguos santos padres, repetida por el teólogo de la confianza del papa Juan Pablo II, Hans Urs von Balthasar: "Una casta prostituta". Un teólogo protestante, Hans Asmussen, se preguntaba hace unos años lo "sino que debemos cuestionamos hoy: "¿Necesitámos un Papa?".

Sin duda, papas como Juan XXIII son muy convenientes a los creyentes y a la humanidad. Él fue quien dio el gran salto de, aceptar los valores del mundo profano como algo esencial, a la creencia y hacerlo sin protagonismos ni afán de superioridad; él fue quien defendió a los sacerdotes obreros cuando empezaron este ensayo en Francia, a pesar de la enemiga de Roma; él fue el que abrió las ventanas tan cerradas a los vientos modernos en nuestra Iglesia; él fue quien asumió sin reticencias las declaraciones universales de los derechos humanos, y él fue quien luchó contra los profetas de calamidades, que tanto abundaban y abundan en nuestro mundo eclesiástico.

Pero no podemos decir lo mismo de todos los papas actuales.

¿Y qué pensar -según eso- un católico hoy? Yo opino -como el gran teólogo Raliner, tan respetado por todos- que una relación con la Iglesia fundamentalmente crítica pertenece a la esencia del cristianismo", y "que los papas concretos en la historia de los últimos 150 años hayan dado de hecho ocasión frecuente para una crítica (...) y que aún hoy la den". Y por ello, que "el oficio de Pedro (...) pueda ser imaginado de manera muy distinta en, su forma concreta y que la situación del mundo actual lo exija".

El temible inquisidor que es el cardenal Ratzinger decía, no obstante, en unas declaraciones al periódico Le Monde, que el papado puede tomar "formas nuevas", y que los católicos deberíamos dialogar sobre esta posibilidad para encontrar lo que deseaba Lutero, el fundador del protestantismo: "Un papa evangélico", que no fuese un poderoso soberano, sino el que tuviera la misión de fomentar el amor, la comprensión y el diálogo entre todos, sin imposiciones autoritarias, y que es lo que quería hace. siglos san Ignacio de Antioquía en su carta a los romanos.

Enrique Miret Magdalena es teólogo.

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