Pueblos de verdad
Siete pueblos se miran en las aguas del Tajuña desde su ingreso en Madrid hasta su confluencia con el Jarama. A saber: Ambite, Orusco, Carabafia, Tielmes, Perales, Morata y Titulcia. Tienen, los siete, nombres antiguos como de futbolistas de los cuarenta, y en verdad que son viejísimos, de tiempos de Augusto e incluso antes.Evidencias hay de que estas tierras ya estaban habitadas por tipos que se habían dado de cabezazos con los animales prehistóricos. Luego llegaron las legiones y sus calzadas -por aquí discurría la Senda Galiana, que enlazaba Toledo con Guadalajara-, y después los árabes, que fertilizaron el valle plagándolo de nervios aunque nunca consiguieron que los lugareños los llamaran acequias.
Así son los tajuñeros: viven a media hora de la torre Picasso, pero siguen siendo más de pueblo que las amapolas. En Ambite, por ejemplo, la felicidad no es un concepto abstracto, sino una casita encalada en la calle de la Luna, una iglesia con retablo barroco, un huerto de lombardas y un paseo bajo los álamos del río. A sus 300 habitantes les trae al pairo si la leche homologa o no en la Comunidad Europea. Alineadas a la intemperie, cántaras de hierro elemental aguarda todas las mañanas a que las enlutadísimas señoras María bajen a comprar su cuartillo de leche a la tienda de comestibles.
En Orusco, tres cuartos de lo mismo. Una iglesia que alguna vez fue barroca, un bar que en tiempos fue estación de tren y un pequeño hotel sin encanto que antaño fue vieja casona son su modesta contribución al turismo apresurado. En cambio hay agua, mucha agua -en la fuente de los Dos Caños las mujeres lavan de rodillas sobre tabla de madera- Y también buen vino.
Carabaña es otro cantar. No sólo tiene iglesia del XVI, palacio y plaza Mayor, sino unas aguas ricas en sulfato sódico que a punto estuvieron de costarle la fama en los años veinte. Felizmente para la paz del lugar, hoy la industria languidece en manos de media docena de operarios, los justos para surtir de sales y jabón a unos pocos y exquisitos comercios de España y Estados Unidos y al bar que hace esquina junto a la iglesia.
Río abajo, hasta el dominguero más insensible desfallece al contemplar una dilatada vega de huertas y maizales, con manchas aquí y allá de sauces, fresnos, olmos, chopos y aliantos. En la parte alta de Tielmes, otro pueblo sin sobresaltos, casas excavadas en la tierra -y aún habitadas- recuerdan que éste es un valle de larga tradición rupestre. Y, en efecto, a poco de retomar el camino nos topamos con un paredón de yeso horadado: el Risco de las Cuevas. Son alrededor de sesenta las oquedades labradas en la parda roca, y a pesar de su aspecto incurioso, tienen mucha historia. El mismísimo Plutarco refiere que los celtas refugiados en ellas, trajeron de cabeza al general Sertorio.
De época romana también son los otros pueblos de la ruta: Perales, el de las empinadas callejuelas derramándose por la ladera del monte; Morata, la villa más populosa de la vega y acaso por eso la más desangelada, y Titulcia, la Bayona de Tajuña, a la que un marqués y un rey demasiado aficionados a las antigüedades cambiaron de nombre hace un siglo.
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