Algo más que un acuerdo diplomático
Algunos observadores se preguntan si la decisión de entablar relaciones diplomáticas entre Israel y el Vaticano favorece más a Roma o al Estado judío. A mi juicio, lo primero que es necesario subrayar es que se trata de algo más que de un acuerdo diplomático. Por ambas partes están en juego intereses económicos y políticos muy concretos, y no sólo de imagen.Sin duda, a primera vista, dicho acuerdo interesa enormemente al Estado de Israel, que ha acusado siempre a Roma de insensibilidad histórica. Israel no soportaba que el microscópico pero poderoso Estado del Papa le considerase como a un país de segunda división. Y creo que llevaba razón.
Tampoco se podía ya alegar que los católicos habrían visto con malos ojos la aceptación de Israel como Estado por parte del Vaticano. Porque pertenece a la prehistoria la obligación que los católicos tenían de rezar, durante la Semana Santa, por "los pérfidos judíos". A partir de la apertura del Vaticano II, dichos prejuicios antijudíos habían quedado prácticamente arrinconados. El primer Papa que rompió el tabú (cosa que hoy suele olvidarse) fue Juan XXIII con un gesto aún hoy inédito. A los pocos meses del inicio de su pontificado pasaba en coche por el Lungotevere, delante de la Sinagoga de Roma. Era sábado. Unos cientos de judíos salían en aquel momento del templo. Juan XXIII hizo parar el coche, descendió de él, y, ante el asombro de su secretario particular, monseñor Loris Capovilla, se acercó al grupo de judíos italianos y les dijo: "Espero que no os moleste, pero os quiero dar mi bendición". Y se la dio, ante el entusiasmo de todos. Más tarde, el rabino de Roma, Elio Toaf, me comentó: "Fue un gesto increíble y definitivo".
Si no se ha llegado antes a dichas relaciones diplomáticas ha sido por otros motivos. Si el Vaticano ha decidido hacerlo sólo ahora tiene también sus explicaciones. Unas son más claras: ahora se siente más libre porque Israel ha decidido reconocer a Palestina. Pero al mismo tiempo no quiere quedarse al margen en una posible partición de Jerusalén, ni de lo que pueda pasar con los territorios liberados para Palestina. El Vaticano tampoco puede dejar de tener en cuenta las ventajas que podrían generarse para las 300 instituciones que la Iglesia tiene en Israel y en los territorios ocupados. Hay también ventajas de orden económico y fiscal. Y por último es preciso destacar una cuestión poco subrayada y que interesa enormemente tanto al Vaticano como a Israel: el peligro del integrismo islámico en expansión. Un peligro para Israel y una amenaza enorme para el cristianismo, que el siglo próximo podría verse desbancado hasta numéricamente por los seguidores de Mahoma.
Lo que habrá que ver es si ahora, entabladas relaciones entre el Vaticano e Israel, van a prevalecer, entre ambos, más las razones de Estado que la defensa de los derechos de los palestinos por los que tanto abogó siempre el Vaticano, y también si el Vaticano va a seguir siendo libre en su política en Oriente Próximo sin sacrificarla ante la posible tajada que para los católicos puedan suponer los nuevos acuerdos diplomáticos.
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