Beneficio de duda
GRECIA ASUMIÓ ayer la presidencia de la Unión Europea de acuerdo con la normativa de rotación vigente. Son, sin duda, muchos los que hubieran preferido que la presidencia griega no hubiera coincidido con este momento crítico para la UE. Tanto en el aparato comunitario de Bruselas como en muchos gobiernos de países miembros se recuerdan con malestar las pasadas dos ocasiones en que Atenas asumió la presidencia de la Comunidad (segundo semestre de 1982 y 1988). El regreso del PASOK y de su líder, Andreas Papandreu, al poder no han hecho sino agravar las suspicacias. La política griega bajo Papandreu en su primera época de gobierno tuvo todos los ingredientes para justificar esta preocupación. Un nacionalismo agresivo, al menos en su retórica, un antiamericanismo militante, un estatalismo intervencionista unido a un gasto público incontenible y una abierta tendencia a canjear la aprobación de decisiones políticas necesarias por concesiones económicas hicieron de la Grecia de Papandreu el miembro comunitario díscolo por excelencia para unos y directamente molesto, egoísta y rapaz para otros.
La evolución reciente de Grecia ha alimentado estos temores a que el mayor receptor de dinero comunitario utilice la presidencia para sus fines, bloqueando todo aquello que no favorezca sus planes y ambiciones a corto plazo. Su postura ante el conflicto yugoslavo no ha hecho sino agrandar las diferencias entre Atenas y algunos socios. El alineamiento griego, abiertamente favorable a Serbia en la guerra, su intransigencia en la cuestión del reconocimiento internacional de su nuevo y minúsculo Estado vecino de Macedonia y, finalmente, los insultos, nada menos que del ministro encargado de temas europeos, Pangalos, a Alemania refuerzan a aquellos que sospechan que los esfuerzos por europeizar aquel extremo meridional de los Balcanes están siendo derrotados por los viejos fantasmas de la región, empeñados en balcanizar de nuevo y por completo la política griega.
Grecia se merece, no obstante, el beneficio de la duda y la oportunidad de demostrar que, como Estado y como Gobierno, ha comprendido las grandes tareas a que se enfrenta la UE en este semestre, que debe dar el impulso necesario a la política común después de un año de reveses y confusión. Papandreu -y el propio Pangalos- ha manifestado que sus tres prioridades son la ampliación de la UE a 16 miembros -Austria y los países escandinavos-, la preparación de las elecciones europeas a finales del mandato griego y la solución de la crisis de los Balcanes.
Son tres cuestiones de vital importancia para el futuro de la Unión Europea, y Atenas puede demostrar en su gestión que las sospechosas señales, recibidas por Europa con alarma en el pasado año, no eran más que ecos de la batalla política interna habida allí antes de la victoria del PASOK. Grecia, principal receptor de ayuda financiera comunitaria, no tiene que convencerse de los beneficios de la UE: los conoce. Siendo el país más pobre de la UE, es el más rico de su entorno geográfico. Su papel en la resolución de la crisis de los Balcanes puede ser de gran valor. Pero no lo será si apoya por tradiciones religioso-mitológicas a regímenes políticos incompatibles con los principios de la UE. Su afinidad cultural e histórica con Serbia es absolutamente respetable. Su militancia antiturca es comprensible. Pero no es aceptable que intente secuestrar la política comunitaria para posiciones nacionalistas como sucedió con la cuestión del reconocimiento de Macedonia. Dicho esto, deseamos que esta presidencia griega de la UE sea un rotundo éxito. Lo sería para todos nosotros. Y lo necesitamos.
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