La noche de los placeres rotos

Deja un buen sabor de boca este espectáculo. Su seriedad, entrega e intensidad trasmiten un deseo vivo de indagación y superación constantes. Aún son productos que no están absolutamente independizados de cierta retórica y lugares comunes en lo coreográfico, frases referenciales que recuerdan el ejercicio de taller o a otras voces, pero a eso también hay que ir acostumbrando el ojo y el oído en lo moderno, de la misma manera que ha sucedido antaño con el ballet académico y neoclásico.Las dos nuevas piezas de 10 y 10 Danza versan sobre el amor, pero en ninguno de los casos es placentero o fácil, sino que discurre por sendas tragedias donde abunda el desgarro y las lágrimas. La obra de Mónica Runde, más breve y cohesionada, puede ser tildada de ligeramente fría, pero esa impresión desaparece después del bolero y con sus chispazos de elegante humor. Los objetos escénicos son efectivos y sugerentes (la cama-cuna es todo un hallazgo) y el rito frente a los elementos -agua, tierra, fuego- aporta una densidad casi triunfal con ironía y distancia del drama doméstico.

Un ballet realista

En el amor despedazado de Pedro Berdayes hay, sin embargo, una acumulación insensata de material, demasiadas lecturas que no se desarrollan, pero más que surrealista, este ballet es realista: a veces la vida misma es así de enloquecida, y ni siquiera asombra encontrarse una gallina amaestrada. Hay también en Amor a pedazos los dos momentos más intensos de la noche: el solo de Tanguy Cochennec (verdadera revelación con su baile emocionado y emocionante, siempre al borde del desamparo) y el dúo en regresión de Berdayes y el potentísimo José Jiménez frente a la tarta de cumpleaños.La técnica es altísima y precisa en todos los integrantes, excelentemente vestidos por la barcelonesa Maribel Salvans, una figurinista muy imaginativa. Hay buenas luces y cuidada selección musical. La escenografía de Tono Carbajo hace guiños oníricos y también se vuelve por momentos un homenaje a Susana Solano. El coreógrafo da a las rejas un uso similar al del lisboeta Ruy Horta con sus persianas hace unos años. El efecto sigue siendo fortísimo, y el público de la sala Olimpia se mostró agradecido en los aplausos.

Debe seguirse tomando el pulso a la nueva danza española. El panorama es cambiante, el horizonte incierto, pero hay elementos y conjuntos que son una realidad constatada merecedora de toda nuestra atención.