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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mel Brooks pierde el sentido

Batallador incasable del humor paródico, convicto defensor del brochazo frente a la pincelada, el otrora famoso Mel Brooks parece haber perdido definitivamente el oremus. Cierto es que no hace mucho volvió a la carga tras un acusado paréntesis con ¡Qué asco de vida!, un filme sobre la especulación inmobiliaria y los homeless que contenía, al menos, algunos apuntes entretenidos. Y por lo que parece, envalentonado por la recepción del filme, regresa ahora con, ay, una parodia sideralmente fallida no tanto de las aventuras del Sherwood como del Robin Hod, príncipe de los ladrones de Kevin Reynolds (y Kevin Costner), en la que hace gala de sus discutidas, discutibles, decididamente aburridas ocurrencias, todas situadas en dos ejes: uno, las imitaciones de personajes cinematográficos. Dos, en las típicas anacronías a las que nos tiene acostumbrada la paradoja en versión Hollywood.El problema es que en ningún momento del desarrollo de Las locas, locas aventuras de Robin Hood tales ocurrencias cuajan en algo parecido a un golpe ingenioso afortunado. Ni el hecho de que fray Tuck se convierta en rabino, que Dom De Louise imite a Marlon Brando en El Padrino, o que su ayudante se comporte como Clint Eastwood; que Cary Elwes se transforme en Depardieu / Cyrano o que un coro de raperos sea el encargado de introducir la acción -y son éstos los mejores números- le permite a Brooks un mayor juego cómico, reducido este, además, por un doblaje infausto que dobla los personajes originales a base de algunas de las más chusqueras y socorridas imitaciones.

Las locas, locas aventuras de Robin Hood

(Robin Hood: men in tigns, 1993), de Mel Brooks, con Cary Elwes, Amy Yesback, Mel Brooks, Richard Lewis, Dom De Louise. Estreno en Madrid: Albufera Multicines, Aluche, Amaya, Cid Campeador, Coliseum y Florida.

¿Creerá el espectador que hay también una enervante retahíla de chistes a propósito de un ciego y, qué originalidad, a costa de la homosexualidad, identificada con los leotardos de Hood y sus compagnons? Las locas, locas... podrá gustar tal vez a un espectador con el paladar encallecido por el consumo de porquería televisiva, pero no a alguien que exija de una película algo más que una rutinaria y prevista carcajada.

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