Cali toma el relevo de Medellín
La desaparición del hombre mas buscado del mundo no supone el fin del hampa de la droga
La muerte de Pablo Escobar supone un duro golpe, pero no es el fin del narcotráfico en Colombia. En los últimos 10 años, la lucha del Estado contra Escobar y el cartel de Medellín fue debilitando la influencia de esta banda criminal en favor de otra de las organizaciones más importantes del país: el cartel de Cali. Si hoy doblan las campanas en Medellín, en los clubes nocturnos de Cafi se festeja con euforia una nueva era en la que lloverán dólares.El presidente César Gaviria ha respirado tranquilo. Recibió en 1990 un país atacado por cuatro frentes: el narcotráfico, el terrorismo, la guerra social y la delincuencia. La insurgencia ha decrecido, pese al fanatismo de grupos residuales que sueñan con mantener el país en llamas, y el narcotráfico acaba de perder a su principal símbolo. El resto del país sigue siendo un polvorín social, con una relación directa entre hambre y delincuencia.
Gaviria ha sido el hombre que ha acabado con el cartel de Medellín, pero no con el hampa de la droga ni con la guerra triangular de las bandas rivales y el Estado. Frente a la política de su antecesor, Virgilio Barco, que cometió el error de plantar frontalmente al Ejército contra los traficantes, Gaviria diseñó un nueva estrategia, pensada con frialdad y no en momentos de arrebato.
Aunque aún no se ha desprendido de la violencia, Colombia dejó de ser el país sangriento de la época de Barco -con crímenes masivos unas veces y selectivos otras, atentados con dinamita y acciones indiscriminadas contra los políticos- para ser el país que, lentamente y de forma meditada, empezaba a combatir el narcotráfico. Que Escobar se tirara al monte fue un triunfo.
El 28 de octubre de 1992, a los tres meses de que Escobar se fugara de la cárcel, fue abatido por una unidad militar de élite el jefe militar del cartel de Medellín, Brance Muñoz Mosquera. A la neutralización de este narcotraficante, que dirigía las bandas de sicarios que la organización utilizaba contra la policía y el Ejército, le precedieron las de importantes jefes del cartel, algunos muertos también en enfrentamientos y otros, detenidos o entregados por propia voluntad.
Entre 1990 y 1991, un coche bomba acabó en Medellín con la vida de John Jairo Arias Tascón, influyente miembro del estado mayor de Escobar y, además, en una operación especial, la policía asestó un duro golpe a la cabeza de la organización y capturó a 11 miembros del entorno del jefe del cartel, entre ellos un médico, un químico y el responsable del transporte de los grupos de pistoleros.
Estos golpes, de origen diferente, empezaron a debilitar a la banda criminal, todavía la más poderosa del mundo. Lo mismo ocurrió con la decisión del Gobierno de Gaviria de supeditar la extradición a Estados Unidos de todos aquellos narcos que fueran solicitados por la justicia de aquel país y su entrega a las autoridades colombianas. Hubo profesiones de fe nacionalistas, debates y discusiones, pero al final la estrategia resultó un éxito porque Escobar empezó a perder gente de confianza. Luego se acabaron las extradiciones.
Éste fue el caso de dos de los tres hermanos Ochoa, la segunda familia, tras la de los Escobar, más influyente en el cartel de Medellín. Jorge Luis y Fabio Ochoa prefirieron las cárceles colombianas a una penitenciaría en Estados Unidos. Esto debilitó a la banda de Ochoa, que dejó de ser un peligroso jefe narco para pasar a ser el más famoso bandolero de Colombia.
La Agencia para la Lucha contra los Drogas norteamericana (DEA), poco tiempo después del declive, aseguró que el 75% de la cocaína colombiana estaba en manos de la banda rival, el cartel de Cali, que en estos años ha ido aprendiendo de los errores de Escobar para montar su propia estrategia y hacerse con el liderazgo del tráfico de drogas en Colombia. La muerte de Escobar ha sido el fin de una batalla psicológica, advierten expertos de la lucha contra el narcotráfico, pero no del imperio del crimen organizado.
Aprender del enemigo
De la guerra contra Pablo Escobar hay varios bandos victoriosos. Uno es la legalidad y otro el hampa. La muerte de Escobar elimina prácticamente del mapa colombiano al cartel de Medellín y sitúa a otra banda criminal, el cartel de Cali, al frente del monopolio del crimen organizado. Dirigido por los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, el cartel de Cali aprendió de los errores de Escobar.Las familias que lo integran nunca exhibieron sus riquezas. Tampoco se decidieron a hacer la guerra al Estado, por lo que ahora constituyen un blanco mucho más difícil para la ley. Han confiado en el soborno, las infiltraciones y en una red de confidentes dentro de las instituciones, entre ellas la Justicia, que les está dando grandes resultados.
Los hermanos Rodríguez Orejuela han contribuido al cerco de Escobar mediante la instigación de la guerra sucia entre las dos bandas rivales.' No es que el cartel de Cali haya ayudado a la policía o al Ejército en la lucha contra los hombres de Pablo Escobar, sino que los hombres del cartel de Medellín han ido cayendo eliminandos poco a poco. El objetivo ha dado sus frutos: debilitado el contrario, es mucho más fácil que el emporio cambie de manos.
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