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Mineros de placa y pistola

70 policias patrullan a diario por los 3.000 kilómetros de cloacas y alcantarillas de Madrid

Antonio Jiménez Barca

Son las diez de la mañana; da igual. Llueve; da igual. Son las cuatro de la madrugada y no hace frío: sigue dando igual. A 15 25 o 50 metros bajo tierra, lo único que importa es que la linterna no se apague, o no pisar una rata para que no se revuelva y te muerda, o no resbalar en la porquería, o no despeñarse por un pozo estrecho y largo (30 metros) cuando se baja por una escala portátil y no se ve absolutamente nada de lo que le espera a uno allá abajo.Los 70 policías nacionales de la Brigada del Subsuelo que patrullan diariamente las alcantarillas de Madrid se han acostumbrado ya al submundo que conforman 3.000 kilómetros de cloacas, en donde moran oscuros buscadores de oro, gatos, millones de ratas y, de cuando en cuando, atracadores que olvidan en la huida las joyas en la mugre.

Estos policías especiales trabajan siempre en equipos de cuatro personas como mínimo. Dos quedan arriba y dos bajan. La coordinación entre ambas parejas debe ser perfecta, porque los que se arrastran por los túneles no tienen forma humana de comunicarse con el exterior: en el estómago de Madrid, las radios no funcionan. La táctica es la de "a tal hora, en tal alcantarilla, y si no estamos es que algo pasa".

Y algo ocurrió el día en que el subinspector Chamorro, que lleva 17 años en este cuerpo, y su compañero no aparecían por donde tenían que aparecer. Los compañeros que esperaban en la superficie se imaginaron que se habían perdido en un laberinto de pasadizos. Y era cierto. "Las pasamos moradas hasta que encontramos un colector [cauce de aguas residuales] conocido. Estuvimos casi media hora perdidos por túneles en los que empezaba a faltar el oxígeno, con un poco de miedo a que se agotara la batería de las linternas", cuenta Chamorro.

Un día cualquiera se descuelgan por un pozo el subinspector Jesús Niño, que lleva un año en la brigada, y Bernardino Rubio, un policía veterano con más de veinte años, al que le ha pasado de todo en sus cotidianos viajes al centro de la tierra. Dos compañeros quedan a pie de alcantarilla con la radio y se desplazarán en coche hasta el punto de encuentro en la superficie, dentro de dos horas. Hoy todo es fácil, rutinario. Se trata de un reconocimiento típico, un paseo por el subsuelo, cuyo objetivo es, simplemente, descubrir lo anómalo. Un paquete que no estaba hace os días, una caja, una bolsa: en las alcantarillas, todo lo que no estaba ayer es sospechoso, y estos hombres conocen tan bien los cables de alta tensión y las tuberías de hace 50 años como sus colegas que patrullan en la calle por los edificios del distrito.

"Enseguida nos damos cuenta de si hay algo extraño", comenta Niño. "A veces tengo la sensación de que nos sabemos las alcantarillas de memoria", añade. Todos los agentes subterráneos han hecho un curso sobre explosivos, ya que otra de sus misiones consiste en trillar bajo tierra los recorridos que en la superficie realizan los asistentes a un congreso internacional. Por debajo de los coches oficiales, la Brigada del Subsuelo se pasea para abortar un posible atentado.

El subinspector Niño y el policía Rubio han llegado a un viaje de agua (antigua canalización hoy en desuso). Se trata de un túnel relativamente limpio, construido con ladrillo en el siglo XVIII. En la pared se adivina una inscripción que a la luz de la linterna tiembla: "Reinando Fer

Mineros de placa y pistola

nando VI, 1770". La siguiente etapa de la patrulla será recorrer una galería de servicios situada a escasos metros de la superficie, cuatro o cinco, iluminada y de una anchura suficiente como para permitir a los agentes caminar erguidos uno al lado de otro. En una palabra, toda una autopista en este universo subterráneo.Hace 10 o 15 años había quien se metía en estas galerías de servicios y se llevaba los remates de plomo que coronan algunas de las tuberías. Ahora, ya no. El precio del plomo ha bajado y a nadie se le ocurre en 1993 arriesgarse a quedarse electrocutado en un cable desprotegido por un par de miles de pesetas.

Buscadores de oro

Pero si los ladrones de plomo pasaron a la historia de las alcantarillas, los personajes más misteriosos de este escenario de silencio, oscuridad y mierda todavía existen. Son los buscadores de oro, los que viven de las joyas que uno pierde por el lavabo o el retrete. Estos buscas (así es como se les conoce en la jerga del subsuelo), por lo general personas de bastante edad, también trabajan por parejas. Con 20 metros de tierra y asfalto por encima, pocos se atreven a bajar solos. Una vez dentro, se instalan en un remanso de la corriente en zonas de grandes hoteles. Levantan, a la luz de las linternas, una presa diminuta y con una criba de albañil remueven el agua almacenada y rescatan anillos, pulseras, dientes de oro.

"Yo vi una vez uno que había encontrado una dentadura entera", dice el policía Rubio. "Cuando vienen será porque ganan algo", comenta Niño. Cuando los miembros de la Brigada del Subsuelo descubren a los buscadores de oro, los llevan a comisaría, ya que deambular por las alcantarillas está prohibido, pero, si no tienen antecedentes, salen a los pocos minutos en libertad.

La patrulla del subinspector Niño y el policía Rubio termina en un colector de aguas residuales. Aquí hay que avanzar agachado, a veces en medio de un río de inmundicia. La corriente del agua resuena en las paredes, produciendo un estruendo considerable. Tres ratas han huido en cuanto han visto el centelleo de las linternas. Pero que huyan no es lo normal. Hay policías que las pisan en cuanto tienen ocasión; hay quien, como el subinspector Chamorro, las ignora. Pero el ejemplo mayor de estoicismo y sangre fría pertenece al policía Rubio. En una patrulla, una rata se le trepó por dentro de la pernera del pantalón, casi hasta la ingle. "Me quedé quieto, casi inmóvil, al principio. No la agarre, porque me hubiera mordido. Después sacudí un poco la pierna hasta que se cayó", cuenta.

Otra misión de los policías del subsuelo es atrapar a los ladrones de bancos que excavan túneles para acceder a las cámaras del dinero. En una ocasión, según cuenta el inspector jefe de la un¡dad, Victoriano Gallego, les avisaron de un robo en una joyería. Los ladrones, que se dieron cuenta de que habían sido descubiertos nada más acabar el robo, se precipitaron a desandar a gran velocidad el camino de alcantarillas usado para llegar a la tienda. Los policías, que les perseguían a poca distancia, encontraron un reguero de joyas en los pozos y en los arroyos de aguas sucias.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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