Embargos perversos
Las Naciones Unidas actúa con los países que no se portan bien como un padre con sus hijos. Un padre severo que pega y castiga. Pero un Estado soberano, aunque cometa un delito grave, aunque viole las leyes internacionales, no deja de ser un Estado soberano. No se le puede meter en la cárcel. No se pueden instalar barrotes a lo largo de sus fronteras. Se le puede amonestar moralmente, se le puede hacer sentirse avergonzado, se le puede condenar y denunciar públicamente. Sin embargo, esto se ha intentado con Irak y Libia y, al parecer, no sirve de nada.El recurso al embargo y su consiguiente endurecimiento debería en principio, si no dar miedo, al menos inquietar a los dirigentes de estos Estados. Se pretende que el país sufra las consecuencias de sus actos. No obstante, esta clase de castigo genera en la mayoría de los casos resultados perversos.
Cuando la ONU recrudece el embargo impuesto a Libia con la intención, sobre todo, de congelar sus activos financieros en el extranjero, cuando asfixia a Irak mediante un embargo militar, económico y financiero, ¿quién es el castigado? ¿Quién padece en su vida cotidiana los efectos de ese boicoteo internacional? ¿Quién es el que más sufre con esa crisis y ese aislamiento? ¿Gaddafi y Husein? No. Sus pueblos. Es la población civil la que echa en falta ciertos medicamentos -aunque éstos estén teóricamente excluidos de los embargos- y la que vive con el racionamiento; es ella la que ya no puede abandonar su territorio porque ningún país occidental le tramitará un visado, porque su pasaporte se ha vuelto indeseable en casi todo el mundo, porque se ciernen sobre ella las sospechas de violencia e incluso de terrorismo. No se tiene en cuenta la suerte de esa población y su destino se pone en cuarentena; la indignación de las naciones le confisca su futuro. Mientras tanto, sus dirigentes pronuncian discursos cargados de demagogia y de furor.
Y encima, la población es doblemente castigada. Ni Libia ni Irak son un modelo de democracia. Sus dirigentes practican el poder de manera solitaria y, sobre todo, autoritaria. El pueblo no tiene derecho ni a hablar ni a elegir. El acceso al poder mediante la violencia lleva necesariamente a una forma u otra de dictadura. Pero la ONU evita emitir juicios sobre los regímenes de los Estados que la componen: que sepa al menos que el embargo, ya sea militar o económico, afecta en primer lugar a esa población civil cuya voz permanece acallada.
Cuanto más recrudece las Naciones Unidas el embargo, cuanto más firme se muestra con Gaddafi y Husein, más los convierte en héroes ante su pueblo. Por supuesto, existe una oposición a estos regímenes y hasta se expresa a veces en intentos de golpe de Estado. Pero la información no se difunde. La gente que puede hablar tiene miedo. Estos líderes aprovechan todo lo que pueden la situación. Se presentan como víctimas de la injusticia occidental o como los últimos baluartes contra el imperialismo. Gaddafi lo ha dicho a propósito del asunto de los atentados del Boeing de la Pan Am que estalló sobre Lockerbie en diciembre de 1988 y del DC-10 de la compañía UTA que lo hizo en septiembre de 1989: "No confiamos en Occidente. Pensamos que los libios inculpados no serán tratados de manera justa".
La eficacia de los embargos no deja de ser muy limitada. El bloqueo petrolífero contra Rodesia en 1966 no surtió efecto hasta 1979. El embargo sobre las armas en Somalia no acabó con la guerra civil. Asimismo, el embargo contra Serbia, aprobado en mayo de 1992, no impidió que Milosevic, prosiguiera con su trabajo de limpieza. Curiosamente, el embargo de armas con destino a la antigua Yugoslavia ha castigado a los bosnios, mientras que los serbios disponen de todo el armamento necesario. De hecho, en este caso concreto, el embargo ha beneficiado al agresor.
El bloqueo petrolífero contra Haití no ha hecho que regrese al poder el presidente Jean Baptiste Aristide, elegido democráticamente. A propósito: ¿por qué da Francia asilo al dictador Duvalier? ¿Se ha molestado Pasqua en comprobar si sus papeles están en regla? ¿Ha obtenido permiso de residencia? Y sus colaboradores, ¿están en regla ante la ley? ¿Qué hacer entonces? ¿Intervenir militarmente como se ha hecho en Somalia? ¿Cómo someter a esos dictadores que velan tan poco por la salud mental y física de su pueblo, que no se preocupan más que de su propia seguridad y por seguir en el poder, cómo darles alcance para que sean ellos los que paguen los delitos que han cometido?
Hay quien espera que los pueblos, hambrientos y maltratados, se vuelvan contra el único responsable de su miseria y, como en las películas, se subleven para derrocar a sus dirigentes. Este cálculo es demasiado aleatorio, demasiado teórico para justificar la asfixia de un país. ¿Y cómo hacer también para que los países occidentales dejen de vender armas, de manera oficial o solapada, a las dictaduras? Y, sin embargo, es necesario que un tribunal de las naciones emita una sentencia, y que ésta se ejecute allí donde haga falta sin arrastrar con ella a un pueblo de inocentes. La idea de orgullo y honor forma parte de la identidad árabe. Cuesta imaginarse a esos jefes de Estado acatando las resoluciones de la ONU y aceptando que su autoridad se vea mermada con ello.
Aunque de mala gana, Irak ha tenido que acceder a recibir comisiones de investigación para supervisar la eliminación de las armas de destrucción masiva. Al mismo tiempo, intenta esquivar el embargo y convertirlo en un nuevo desafío internacional. Pero si mañana Gaddafi. entrega a la justicia occidental a los dos sospechosos de haber participado en los atentados de los aviones, no sólo perderá el orgullo y el honor -en caso de que se demuestre su culpabilidad-, sino también su poder. Tarde o temprano, la ONU tendrá que revisar sus métodos e inventar un nuevo lenguaje de las naciones. Requerirá mucha imaginación y tino. Es necesario que muestre la misma firmeza con todos los Estados, ya sean poderosos o débiles. Es necesario que conozca un poco mejor a los pueblos cuya protección tiene a su cargo y a los que debe ayudar a instalarse en la paz. De momento, el embargo es un gran palo que sólo hace daño a los que no merecen ya recibir más golpes.
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