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Un anciano muere en un asilo tras liarse a bastonazos con su compañero de cuarto

Jan Martínez Ahrens

Isabelo Díaz-Guerra, de 82 años, y José Pérez Cáceres, de 72, eran dos mundos distintos metidos en una misma habitación: la 418 del asilo público de Vista Alegre (Caranbanchel). Al filo de la medianoche de ayer ambos colisionaron: dirimieron sus diferencias con el bastón de Isabelo. Tras liarse a garrotazos, Isabelo murió de infarto y José fue detenido. El informe forense señala que los golpes no fueron los causantes directos del fallecimiento.La investigación oficial ciñe el origen del conflicto a la noche del lunes. En los pasillos de la residencia y en sus corrillos otoñales, sin embargo, el dedo acusador no duda en remontarse más atrás, a la mañana de mayo pasado en que José Pérez llegó a la residencia y empezó a compartir habitación con Isabelo. Hablan de su mal carácter, de su empecinamiento con los cigarrillos Ducados y de su distante desprecio. Las imputaciones carecen de pruebas. Pero para ellos, Isabelo -gorra, bastón- era el hombre bajito y gordo que cantaba el bingo en la residencia, bailaba jotas y hacía guiños a sus compañeras. José, enjuto, calvo y sin bastón, era el solitario que se enfurecía al ver cómo sorbían la sopa sus desdentados compañeros. PASA A LA PÁGINA 3

El anciano detenido declara que el fallecido le agredió por encender la luz mientras dormía

VIENE DE LA PÁGINA 1José Pérez Cáceres ha declarado a la policía que llegó a la habitación pasadas las once de la noche. Encendió la luz. Isabelo, que ya se había acostado, se molestó. Embravecido, le insultó y le empezó a golpear con el bastón. José repelió, primero, con los puños. Después, le arrebató el bastón y le tundió a palos. Pérez, quien ha sido operado de cataratas, asegura que apenas se acuerda de dónde golpeó a su compañero ni de lo que ocurrió luego. Aquí termina su relato. La reconstrucción policial no va mucho más allá y ensombrece la hipótesis del homicidio.

Los ancianos de una habitación cercana, alertados por la gresca, avisaron por un sistema de comunicación interna a los vigilantes. Un ATS subió los cuatro pisos y se encontró en el pasillo a Isabelo, de pie, reclinado contra la pared. Mostraba manchas de sangre. El anciano agonizaba bajo el látigo de un infarto de miocardio.

En la habitación, esquinado en su cama, yacía José, también ensangrentado. Cuando a los 10 minutos llegó la ambulancia, Isabelo era cadáver. Pérez fue trasladado al Doce de Octubre, donde se le aplicaron las primeras curas. Ambos ancianos presentaban lesiones por los garrotazos.

Cambio de versiones

En un primer momento, se dio por hecho que la muerte de Isabelo se había debido a los golpes. Esta versión fue perdiendo fuerza a medida que avanzaban las indagaciones. La autopsia, según la policía, no ha demostrado que los golpes causasen el infarto de miocardio a Isabelo. El fallecido sufría de una dolencia bronquial. El día antes de su óbito recibió una inyección para paliar su mal. Un miembro de la residencia apuntó que el ataque cardiaco pudo sobrevenir de la conjunción de la enfermedad y de la excitación de la pelea.

Sobre las 2.30, José Pérez fue detenido y conducido a un calabozo de la Comisaría de Carabanchel, donde permaneció -refunfuñando, según un agente- hasta las cinco de la tarde, hora en la que pasó a disposición del Juzgado de Instrucción número 15. Al cierre de esta edición, José Pérez prestaba declaración. Una sobrina suya acudió por la mañana a la residencia para recoger su ropa y, posteriormente, a la comisaría. El Servicio Regional de Bienestar Social, del que depende la residencia, aseguró que desconocía la causa del conflicto. "No tenemos constancia de que se llevasen mal, sino les hubiesemos cambiado de habitación".

El hombre del gorro de franela

Los ancianos que ayer deambulaban al sol de la mañana en Vista Alegre veían las cosas con ojos distintos a los de la policía. En la avenida final de sus vidas, preguntaban con temor retrospectivo: "¿Ha muerto Isabelo?". Y es que el agricultor de Portillo (Toledo) -allí le llamaban Andresito-, era imprescindible. Entró en el asilo en octubre de 1985. Allí enviudó y fue presidente del Consejo de Residentes. Aborrecía las cartas; lo que le iba era cantar en el bingo, de a duro el cartón, que todas las tardes se monta en la residencia. A Isabelo, que en su juventud toledana fue amigo de farras y mujeres, también le tiraba bailar chotis o jota, sobre todo con las actrices que de vez en cuando acudían a animar a los viejos. Esas eran las razones por las que los ancianos mostraban su extrañeza ante la posibilidad de que Isabelo hubiese iniciado la pelea. Sus iras se dirigían más bien hacía José Pérez Cáceres. Un anciano huraño que pasó media vida de representante y que cobraba mensualmente una pensión del Fondo de Asistencia Social de 24.935 pesetas (Isabelo recibía 47.360). "Nos regañaba siempre. Decía que no sabíamos comer, que eramos unas guarras", recordaban las desdentadas Isabel, Iluminada y Carmen, las mujeres con la que comía José Pérez en la residencia. Aunque los dos ancianos compartían canas, ellas preferían antes al bullicioso caballero del gorro de franela y bastón basculante, que al silencioso recién llegado.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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