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Crítica:ARTES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La trama de lo inefable

Abundando en una línea reiterada por la programación reciente del MNCARS, esta retrospectiva de la pintora norteamericana de origen canadiense Agnes Martin (Maklin, 1912) vuelve a enfrentarnos a una personalidad que ocupa un lugar excéntrico dentro del paisaje generacional del minimalismo. De vocación tardía y una trayectoria que no se hace efectivamente pública sino cuando la artista ha cumplido ya 46 años, la primera etapa neoyorquina de Agnes Martin coincide de lleno, en el inicio de los sesenta, con la eclosión del interés hacia el minimalismo. Dentro de esa fiebre, una obra como la suya, centrada ya por la retícula rectangular, será fácil pasto de muestras colectivas, hoy míticas, que rastreaban el mapa de la nueva tendencia, metiendo en un mismo saco cuanto pareciera sonar a uso de estructuras elementales.Y, sin embargo, ya en los comentarios que dedicara a las exposiciones de Agnes Martin de aquel periodo, Donald Judd muestra un aprecio creciente hacia el refinado y riguroso hacer de la pintora, mas en ningún momento deja sentir que su obra tenga alguna afinidad con sus propias inquietudes, en las que hoy reconocemos el minimalismo más ortodoxo. No en vano, pese a las analogías formales, la pintura de Martin persigue objetivos muy distintos a la reflexión analítica del arte minimal. Su búsqueda pertenece a esa otra estirpe, inaugurada por aquel momento auroral de la abstracción que Sixten Ringbom define, en torno a Kandinsky y otros pioneros, por la metáfora del "cosmos sonoro" y cuya evolución ha sido descrita por Rosemblum, hasta ese otro paradigma que forman Barnet Newman y Rothko.

Agnes Martin

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Del 16 de noviembre al 24 de enero.

Rothko y Newman

Rothko y Newman son, precisamente, los dos modelos esenciales que Agnes Martin reivindica como germen de su pintura. Más próxima generacionalmente a ambos que a sus propios compañeros de escena en el Nueva York de los sesenta, reconoce en la vibración mística de las atmósferas de Rothko o en la idea de Newman acerca de una revelación de lo sublime emancipada del lastre de la tradición el camino a seguir desde su propia concepción del arte como instrumento capaz de despertar la conciencia de la naturaleza trascendente de lo real.Antes que un credo concreto, la búsqueda espiritual. de Agnes Martin funde sus propias raíces presbiterianas con la influencia del taoísmo y el zen, tan decisiva en los círculos intelectuales americanos de los cincuenta. Desde esa perspectiva, el silencioso temblor de la retícula y la delicada pulsión del color buscan crear ante todo, desde su pintura, un estado de conciencia que disuelve tanto la ilusión del sujeto como la de la apariencia del mundo fenoménico. Y nada nos define mejor la intención instrumental de esta obra, subsidiaria de una búsqueda espiritual de orden superior, como el hecho de que Agnes Martin abandonara la práctica de la pintura en el 67, justo cuando el éxito comenzaba a materializarse, por considerar que su trayectoria profesional como artista enturbiaba el sentido de su verdadera finalidad.

La retrospectiva del Reina Sofía una selección de casi setenta obras que traza un perfil equilibrado y preciso de la trayectoria de la artista. Tras algunos ejemplos de los tanteos que preceden, de modo ya casi inmediato, a esa primera plenitud de los sesenta, la muestra nos centra en aquel periodo memorable. Nos topamos ahí con lienzos soberbios; pero, si quieren un consejo, presten especial atención a los dibujos. No en vano, desde Blake a Kandinsky, el papel ha sido el aliado más sutil de aquellos que persiguen la expresión de lo inefable.También Agnes Martin encuentra ahí su emoción más pura.

En su segunda mitad, la muestra nos remite, a su vez, a esa etapa que se abre con el retorno de la artista a la pintura, a finales de los setenta. Pese a contener ciclos rotundos y magistrales, hay en ellos una mayor frialdad que, para mi gusto, no iguala el temblor desarmante de la Agnes Martin de los sesenta.

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