El mal trago del gobernador Roselló
El gobernador Pedro Roselló, que anunció el domingo que obedecerá la decisión del pueblo, tendrá que informar en las próximas horas al presidente Bill Clinton y al Congreso de EE UU de lo que ocurrió el domingo en la isla. Va a pasar un mal trago, pese a que la decisión se tomó por mayoría simple, pero es misión del propio gobernador, que fue informado ayer por la Comisión Estatal de Elecciones (CEE), trasladar a las autoridades metropolitanas el veredicto de las urnas.
La verdad es que Clinton va a respirar tranquilo, porque desde el principio no le gustó nada esta fiebre anexionista que se desató en Puerto Rico con la llegada al poder de Roselló, que además simpatiza con los republicanos. Al Congreso al fin y al cabo tampoco le va afectar mucho que los puertorriqueño se pronuncien sobre su futuro, ya que no está comprometido a escucharles. Es más: tal como está establecido, las decisiones sobre Puerto Rico se toman en Washington, al igual que cualquier iniciativa tendente a alterar no sólo ya la Unión Americana sino el número de estrellas de la bandera de EE UU.
En la campaña pasada se han agitado muchos fantasmas sobre el futuro de Puerto Rico. Los hombres de Roselló fueron los que mayores inquietudes desataron, puesto que llegaron a decir que votar por el Estado libre asociado era darle carnaza a EE UU para que le levantara a los puertorriqueños la ciudadanía norteamericana. Esa estrategia fracasó, al igual que el voto de los extranjeros (norteamericanos residentes en Puerto Rico), a los que con mucha insistencia se dirigió la gente de Roselló con la pretensión de elevar el número de votos a favor de la anexión.
Lo ocurrido el domingo en Puerto Rico tiene algo que ver con el orgullo. No gustó que en su día Roselló le diera al inglés tratamiento de idioma soberano en la isla, cuando no lo es, y esto el puertorriqueño lo llevaba guardado en su corazón latino.
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