Soberbio Bores final
Fue el madrileño Francisco Bores (1898-1972) uno de los representantes más genuinos y profundos de esa apuesta por la pintura que, en el París de entreguerras, asimila y atempera la lección radical de las primeras vanguardias del siglo, estableciendo una síntesis que contiene, desde luego, las puertas abiertas desde aquellas rupturas fundamentales, mas también una mirada capaz de mirar sin ira -pasado ya el fragor de la batalla- otra herencia más amplia y plural.Esa lectura militante de la modernidad que tan sujeta ha estado a la sucesión ortodoxa de las vanguardias no siempre ha sabido intuir el sentido de la apuesta de. Bores ni ha tratado en justicia su memoria. Aun reconociéndole un lugar de honor, tendía a confundir aquello que hace realmente de él uno de los nombres mayores en nuestra pintura contemporánea. Lejos por igual de cualquier sospecha de eclecticismo complaciente o domesticado como de esas tentaciones reduccionistas tan comunes a la vanguardia, Bores asume, desde la conciencia de su propio tiempo, un desafío donde reconocemos una estirpe muy particular de la historia de la pintura. Me refiero a la de quienes se adentran en esa búsqueda inalcanzable en pos de una vibración esencial (para la que Bores empleará la palabra "duende"), destilada a partir del encuentro entre contrarios: entre razón y emoción, entre lo sensual y lo constructivo...
Francisco Bores
Galería Jorge Mara.Jorge Juan, 15. Madrid. Mes de noviembre.
Reencuentro parcial
Resultan más de agradecer, en estos años, aquellas iniciativas que, como la que hoy comentamos, permiten al menos un reencuentro parcial. Ya con anterioridad, en el invierno de 1992, la galería Jorge Mara nos regaló con una excelente exposición de Bores, centrada en aquella ocasión en ese periodo de plenitud que constituyen, en el devenir de su obra, las décadas de los treinta y cuarenta. La nueva muestra completa como en un díptico la visión iniciada por su antecesora, adentrándonos ahora en la emocionante etapa final de la trayectoria del pintor, a través de una veintena de obras, seleccionadas con acierto ejemplar.
El texto de Eduardo Arroyo -que sumerge a un artista en la intimidad del otro- nos describe con lucidez la naturaleza de ese Bores que, a la manera de los Tiziano o Hals finales, se despoja de todo pudor y reserva para precipitarse hacia el centro mismo de su búsqueda, pintando contra el tiempo y ajeno a todo. En él nos deslumbra primero esa depuración progresiva en la que el lenguaje parece alcanzar su tonalidad más transparente y precisa, pero la emoción cobra ya un desgarro muy distinto en el camino que nos adentra, paso a paso, hacia las obras finales, esos papeles que mantienen su anhelo cuando la enfermedad le ha vedado ya el lienzo y la pintura.
Babelia
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