Factor complementario
El Gobiemo de México ve en el TLC un impulso adicional, pero no decisivo, a su política económica
Con una expectación no exenta de incertidumbre se espera en México la votación parlamentaria en Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio (TLC) de América del Norte. Oficialmente, el Gobierno que preside Carlos Salinas de Gortari entiende el pretendido acuerdo entre México, Canadá y Estados Unidos como un impulso adicional o un instrumento más de la política económica desarrollada en los últimos cinco años y no como un factor decisivo y único de ella.Por eso, siempre según estas estimaciones, si se cayera el TLC el día 17 no sólo México se vería inmediatamente perjudicado, ya que frenaría su crecimiento, sino también Estados Unidos, que perdería competitividad y un mercado regional apasionante, habida cuenta de que es el primer proveedor de la mayoría de los países de América Latina.
El rechazo a cohabitar en sociedad comercial con el sur latino también generaría, ajuicio de analistas económicos, una desconfianza en el resto del continente que podría poner en peligro la tradicional influencia de EE UU sobre los países latinoamericanos.
Sin embargo, una eventual derrota del Tratado de Libre Comercio preocupa particularmente en México, país que ha experimentado una profunda transformación económica en los últimos años bajo la dirección del presidente Carlos Salinas de Gortari, lo que le permite hoy tener superávit fiscal, que la inflación haya quedado reducida a un mínimo, que casi haya desaparecido la deuda y que se hayan mantenido en alza las inversiones extranjeras en los últimos años.
Lo que ocurre es que nada se puede hacer desde el frente mexicano estos días porque el asunto es puramente exclusivo de EE UU y de sus dos Cámaras parlamentarias. Hacía mucho tiempo que un asunto doméstico del vecino del Norte, como es la votación del Congreso, no era seguido con tanto interés por los mexicanos.
La rabia es que todo se cuece fuera de las fronteras de este país latinoamericano, incluidas las continuas alusiones a México, y hasta que no se sepa el resultado parlamentario de este acuerdo comercial, no se podrán hacer las primeras objeciones.
El Gobierno mexicano ha sido también muy prudente y quiere esperar al día 17, pese a haber tenido motivos suficientes para decirle basta a su vecino del Norte y leerle la cartilla por la acumulación de errores que ha habido del lado estadounidense en torno al TLC. De momento, lo que se sabe es que esta situación, que ahora Bill Clinton trata de salvar intentando ganarse a los congresistas uno a uno, la provocó él mismo al reabrir un TLC que ya se había firmado con su antecesor, George Bush, y con el entonces primer ministro de Canadá, Brian Mulroney.
Fruto de este desorden, pese a que por lo menos el TLC ganó en lo que respecta a ecología y protección laboral interna gracias a los acuerdos paralelos firmados recientemente, ha sido la reaparición del multimillonario Ross Perot, que empieza a convertir en bueno para los mexicanos al mismísimo Hernán Cortés. Lo peor es que Perot, pese a que dice la verdad cuando habla de falta de democracia en México, también ha humillado a este país al tildarlo de hambriento y empobrecido.
La clase política mexicana, muy nerviosa estos días porque está pendiente que de un momento a otro se produzca el destape presidencial, coincide en que el reciente debate entre Al Gore y Ross Perot fue impresentable. Incluso no puede admitir que el vicepresidente Gore, que ganó el debate y frenó todas las insidias de Perot contra México, conciba al TLC como una de las grandes adquisiciones históricas de EE UU después de la compra de Luisiana y Alaska.
Pese a que hubo algún que otro fanático del Partido Revolucionario Institucional (PRI), como el senador Héctor Hugo Olivares, que propuso reformar la Constitución mexicana para impedir la entrada de Perot y de gente como él en México, la reacción oficial a todo lo vejatorio ha sido de un prudente silencio.
Quizá lo más importante que está haciendo el Gobierno mexicano estos días es prepararse para cualquiera que sea el resultado de la votación de la Cámara de Representantes, que es donde verdaderamente se encuentra el grueso de la oposición parlamentaria al tratado. Caso de que el TLC no pase la prueba del Congreso de EE UU, el Gobierno mexicano pondría en marcha un plan de contingencia que aplicaría en todos los sectores productivos del país y que tendría como fin también la captación de capitales externos. Con ello se pretendería el fomento de la producción nacional, elevar la participación de capital privado en el campo, permanecer en el Sistema Generalizado de Preferencias, generar productos con mayor valor agregado y establecer una política comercial más agresiva.
Este mismo plan incluye de entrada dos proyectos de ley en materia de inversiones extranjeras que tiene como fin ampliar los niveles de apertura del país hacia otras áreas si no es aprobado el próximo día 17 el Tratado de Libre Comercio por el Congreso norteamericano. El objetivo entonces sería primar a la Comunidad Europea a Japón, país este último que tiene previsto visitar Carlos Salinas en la primera quincena de diciembre, en detrimento de EE UU y Canadá.
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