Una esfera hueca y acosada
Salgo de Alcalá de Henares, a tiro de piedra de Madrid, a las ocho del jueves día 4 de noviembre. Ha llovido toda la noche y el mundo está mojado. La vida, no sé por qué, tiene hoy una atmósfera cuartelera y siento en el estómago las contracciones provocadas por un miedo de semejante calidad a aquel que precedía a las primeras guardias de la jornada en el Ministerio del Ejército.Chispea sobre el parabrisas mientras enfilo la avenida que va a dar a la Nacional II. La temperatura es de nueve grados, con tendencia a bajar, y el techo de nubes está cerca; por la radio anuncian atascos en todas las entradas a Madrid. Sin embargo, dicen, el paseo de la Castellana está libre. Madrid es, en días como hoy, una esfera hueca, vacía, en la que intenta penetrar un caudal de coches excesivo para el tamaño del canuto: es como si penetraran por ósmosis más que por trasvase.
Entre fábrica y fábrica, asoman esquinas de ciudades dormitorio y también un trozo de montaña que no consigo reconocer como un pedazo de naturaleza. Debe ser una montaña dormitorio. La cuesta de San Vicente, según el centro de datos, está hecha un cristo. En un jeep, un sujeto habla con un perro que lleva en el asiento de al lado, sin cinturón de seguridad. La Nacional II está llena de camiones; cuento hasta 50 y me meto entre de las dos jugándome la vida. Estoy en horas de ruta. Son las 8.35. Cinco minutos llegada más tarde he alcanzado la desviación de Ajalvir detrás de un camión que lleva una casa prefabricada encima; estoy observando atentamente la cocina cuando me entero de que Rosario, la hija de Lola Flores, cumple hoy 30 años. Felicidades. Pasa la primera ambulancia.
Ataque de hemofilia
Son las 8.40 y ha dejado de llover. Inexplicablemente, después del nudo Eisenhower, la circulación, en un ataque de hemofilia, se hace más fluida: empezamos a circular a 120 hasta la altura de Anaya y 3M, donde aparece un nuevo trombo. A trancas y barrancas logramos llegar a la altura de Torres Blancas. Son las nueve en punto, no está mal. Pasa la segunda ambulancia. Hilario Pino se despide y entra. Concha García Campoy. Imagino el locutorio de la radio como una burbuja de jabón que flota por encima de nuestras cabezas. He decidido ir por el centro en lugar de tomar el desvío de la M- 30, que estaba atascado, y creo que he hecho bien; en efecto, bajo por María de Molina sin problemas, después de una pequeña retención en la avenida de América, y me encuentro con la calle de Serrano casi vacía. Es un decir; el caso es que a las 9.05 estaba en el cruce de Velázquez, a las 9.10 en Colón y a las 9.15 en Cibeles. Tomo Alcalá y me planto a las 9.20 en Sol. Madrid, efectivamente, estaba vacío. Va a llover y las calles respiran la suciedad limpia o la limpieza sucia de los cuarteles. Continúo con el mismo miedo con el que salí de Alcalá de Henares; pasa la tercera ambulancia, no hay dos sin tres.
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