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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Indignación y vergüenza

Leo la crónica fechada en Barcelona publicada el pasado día 20 referida a una oposición a cátedra en la Universidad de Barcelona. En el asunto están implicados, de parte y otra, colegas a los que respeto, y lamento, por tanto, tener que terciar en el tema. Pero ¿cómo no hacerlo?Lo difícilmente aceptable, desde un análisis medianamente serio y sereno, son los cargos contra el profesor Jesús de Miguel que una carta de profesores de Universidad reflejada en la citada crónica se narran. Se le acusa de parcialidad porque antes de la oposición que presidía hizo públicas sus preferencias por uno de los candidatos. Hay que ser muy ignorante de la vida académica, muy ingenuo o, lo que es peor, muy hipócrita para creer que en las oposiciones a cátedra los miembros del tribunal van a descubrir talentos. Los aspirantesa una cátedra tienen que ser conocidos por su obra y trayectoria académica (y si no, sencillamente, no merecen aspirar a ella). Si son conocidos, inevitablemente cuentan con partidarios y detractores: no puede ser de otra manera, pues la entraña misma de la vida intelectual radica en ese juicio evaluativo, mutuo y permanente, de las respectivas obras y aportaciones. Rara vez en una oposición a cátedra los departamentos o los miembros del tribunal no tienen, como es lógico y natural, un candidato. Lo que quizá es poco usual es la franqueza en reconocer que así es. Ese sería, en definitiva, el delito de parcialidad de Jesús de Miguel: no haber jugado al rito de esfinge hermética, sino, como si hubiese estado en una universidad anglosajona cualquiera, haber explicitado de antemano quién y por qué era su candidato. Por otro lado, parece innecesario recordar que, en todo caso, el solo voto del doctor De Miguel no basta para decidir el resultado. Junto a él votaron por el doctor Josep Rodríguez otros miembros del tribunal a los que no quiero pensar que se esté acusando, indirectamente, de haber actuado bajo coacción. Sólo faltaría eso.

En cuanto a la famosa carta dirigida por Jesús de Miguel a los miembros de su departamento, sin duda parece improcedente, por más que la misma sólo contenga solicitud de apoyo al candidato de casa e instrucciones de fair play en caso de un resultado adverso. Lo que pasa es que estas cosas no suelen escribirse: simplemente se dicen y se hacen y, generalmente, de modo harto menos civilizado y versallesco de como lo escribe Jesús de Miguel. En todo caso, resulta sencillamente ridículo pensar que la citada carta haya podido influir en alguna medida en el resultado final. Tengo -para mi desventura- la suficiente experiencia en tribunales de cátedra para poder afirmar que la reacción del público presente en los ejercicios en nada coacciona a los miembros del tribunal.

Conozco a Jesús de Miguel desde hace 25 años. No siempre, en ese dilatado tiempo, he estado de acuerdo con él (¿procede quizá recordar ahora, por ejemplo, que en su primera oposición a cátedra en la Universidad de Barcelona yo

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voté por su entonces oponente, Salvador Giner?). Pero siempre he mantenido una estrecha amistad con él. Es, sin duda, uno de nuestros sociólogos más competentes y creativos. Su capacidad y generosidad académicas, su entrega a la Universidad, y su integridad intelectual y moral están por encima de toda sospecha. Hace falta mucho más que una posible leve y banal metedura de pata en temas de etiqueta académica para desacreditar a quien es uno de nuestros profesores jóvenes más solventes. Catedrático de Sociología. Universidad Autónoma.

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