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Tribuna
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Olor a guerra en Krajina

Los dramáticos acontecimientos de Moscú de la pasada semana hicieron pasar casi inadvertida una noticia de gran relieve para el otro foco de inestabilidad en Europa, los Balcanes. Por unanimidad, el Consejo de Seguridad prolongó por tercera vez el mandato de los cascos azules en los territorios de Croacia ocupados por fuerzas serbias durante la guerra de 1991. Pero, por primera vez, la resolución vincula el cumplimiento del plan Vance en la Krajina con el levantamiento del embargo contra la Yugoslavia serbiomontenegrina. Ratifica además, en términos no utilizados hasta ahora, el derecho de Croacia a la soberanía e integridad territorial dentro de las fronteras previas a la guerra de 1991.El plan Vance prevé el desarme del ejército serbio en la región, el retorno de los croatas expulsados de sus casas durante los combates y la vuelta escalonada de este territorio, donde los serbios proclamaron su república de Krajina, a la soberanía de Croacia. Mientras no se cumplan estas condiciones, Serbia y Montenegro seguirán sufriendo un embargo general que ha dejado a estas repúblicas económicamente paralizadas.

La decisión del Consejo de Seguridad se enfrenta por vez primera a la política de hechos consumados que tan buenos resultados ha dado hasta ahora a Belgrado. Es natural la indignada reacción del régimen de Belgrado y de los líderes serbios de Croacia y Bosnia. Desde hace meses, Serbia ha lanzado una campana de relaciones públicas internacional, con el apoyo del presidente francés, François Mitterrand, y los mediadores internacionales David Owen y Thorvald Stoltenberg, para conseguir el levantamiento de las sanciones nada más firmarse el plan de paz para Bosnia. De haber tenido éxito la campaña, hubiera supuesto la culminación de una jugada maestra político-diplomático-militar: satisfechas las ambiciones serbias iniciales, serían suspendidas las únicas represalias impuestas a Serbia por los métodos utilizados.

El primer revés para este proyecto de reintegrar a Serbia y Montenegro en la comunidad de naciones una vez conseguidos sus propósitos llegó con el rechazo del Parlamento bosnio, de mayoría musulmana, al plan de paz en su actual forma. Pero el voto unánime del Consejo de Seguridad, Rusia incluida, frustra estas aspiraciones para el futuro previsible.

La resolución es un éxito diplomático de Croacia, que en parte se debe a la grave crisis en Moscú. Rusia había sugerido que vetaría una resolución como la que finalmente apoyó con su voto. El cambio de actitud de Moscú es tanto una respuesta al firme apoyo de Occidente al presidente Yeltsin durante esta semana trágica como una advertencia al régimen de Belgrado que, mientas exhorta a la hermandad milenaria entre rusos y serbios, no oculta su adhesión a la alianza de fuerzas nacionalistas e involucionistas adversarias de Yeltsin.

La nueva situación forzará una mayor polarización en el frente serbio, entre aquellos que, con apoyo de los caudillos locales serbios de la Krajina y de Bosnia, quieren una unificación de todos los territorios serbios, aún a costa de una nueva guerra con Croacia, y los partidarios de que los serbios en la Krajina se resignen a una autonomía dentro de Croacia. Los primeros podrían imponerse y arrastrar a Serbia a la guerra contra Croacia. La escalada de la retórica bélica croata tras la resolución puede facilitarles las cosas. También la presión cada vez mayor sobre Tudjman de poner fin a una situación, la ocupación de Krajina con su nudo de comunicaciones en Knin, que tiene a Croacia partida en dos. La guerra en Croacia puede rebrotar.

Los contrarios a la unidad serbia hasta la muerte son ya probablemente mayoría en Serbia, donde los costes de la "solidaridad fraternal" con los radicalizados serbios de Bosnia y Croacia se antojan ya insoportables. Un 40% del Producto Nacional Bruto de Serbia, ya de por sí en pleno colapso, se va en ayudas a los "Estados serbios" en Bosnia y Croacia.

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También entre los serbios de la Krajina aumenta la disposición a "vivir bajo cualquier bandera, pero como seres humanos", tras dos años de régimen policial, aislamiento y miseria económica bajo los caudillos de la guerra. Slobodan Milosevic podría ser partidario de vender a Zagreb a los serbios de la Krajina a cambio del levantamiento de sanciones y dejar para futuras ocasiones, en constelación internacional más favorable, la conquista de todas sus ambiciones territoriales.

El segundo hombre fuerte en Belgrado, el fascista Vojislav Seselj, está alineado con los líderes serbios del exterior. Quieren crear ya la gran Serbia y desafiar a la comunidad internacional, confiando en que ésta vuelva a aceptar los hechos. La nueva situación recuerda a Serbia que seguirá siendo un Estado paria mientras no acepte las reglas de la comunidad internacional. Además, demuestra hasta al nacionalista más recalcitrante y devoto de la tribu que no existe un interés nacional monolítico serbio.

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