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París exhibe una antológica dedicada a los 'nabis'

Nabi, en hebreo, significa profeta. Durante 12 años, Bonnard, Vuillard, Maurice Denis, Valloton, Ibels, Ker-Xavier Roussel, Paul Sérusier, Jan Verkade, Ranson y, en menor medida, József Rippl-Rónai y Aristide Maillol han ejercido como profetas de un arte en el que "los colores no deben describir tan sólo lo visible, sino servir de soporte expresivo de lo invisible". Ahora, hasta el 3 de enero de 1994, los nabis se reencuentran en el Grand Palais de París. Desde 1955 muchos de los cuadros habían olvidado que fueron creados en clima de amigable vecindad. Algunos de ellos podrían intercambiar sus firmas sin que nadie se sorprendiese.Todo empezó en 1888, cuando Sérusier, siguiendo los consejos de Gauguin, pintó un pequeño paisaje con colores puros y planos. El cuadro se convirtió en el manifiesto visual de los nabis y adquirió como título el muy significativo de Le talisman. "Conviene recordar", decía Sérusier, "que un cuadro, antes que un caballo de batalla, una mujer desnuda o cualquier tema, es esencialmente una superficie plana cubierta por colores dispuestos siguiendo un cierto orden". Una descripción que se diría pensada para Mondrian.

La antológica nabi de París, realizada en colaboración con la Kunsthaus de Zúrich, sirve para confirmar el interés de la obra de Félix Vallotton y poder apreciar de nuevo algunas de las obras maestras de Vuillard y Bonnard. El simbolismo de Maurice Denis no siempre ha envejecido bien; Roussel es irregular, y todos, como grupo, demuestran un gran talento cuando realizan grabados, muebles, cristales o carteles para el teatro. También todos, sin excepción, han atravesado una frase japonesa, y de ella han salido estructurando muy bien sus telas. Bonnard, Vuillard y Vallotton agotan pronto la fórmula, y en 1900 la profecía se da por cumplida y el movimiento por liquidado.

El conjunto tiene una gran coherencia. Los retratos de desconocidos se funden con paisajes, instantes de la vida urbana y con las pausas festivas en los jardines. La época y las convicciones estéticas parecen guiar, en algunos momentos, la mano del pintor.

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