'Dios y patria' no funcionó en Polonía
Dado que Polonia registró el mejor rendimiento económico de los países ex comunistas, los resultados de las recientes elecciones celebradas en este país han sorprendido a muchos expertos extranjeros. Sin embargo, no fueron ninguna sorpresa para los que estaban al tanto del talante político del país.Una divisa estable, convertible, y el rápido crecimiento de la empresa privada en los últimos años acompañaron al estancamiento de las mastodónticas industrias estatales, el despido de sus trabajadores y un nivel de desempleo del 15% o, lo que es lo mismo, alrededor de tres millones de parados. Era bastante lógico esperar que los parados y todos los que tienen miedo de perder su puesto de trabajo en estas industrias votaran a la Alianza de la Izquierda Democrática (AID), es decir, a los ex comunistas, y su programa para mantener el sistema de subsidios estatales. La AID obtuvo una mayoría del 20,41%.
Sin embargo, sería un error sacar la conclusión de que Polonia está volviendo al comunismo. El electorado se vio motivado por evidentes razones pragmáticas y económicas, no ideológicas. Los factores económicos fueron decisivos no sólo para las víctimas de la remodelación de la economía, sino también para una gran masa de jubilados cuyas pensiones seguían siendo bajas mientras los gobiernos sucesivos hacían lo posible por equilibrar el presupuesto. Sin embargo, había otro factor importante, que llevó al electorado a olvidarse de sus quejas contra los comunistas: la ira contra la Iglesia católica romana.
La jerarquía eclesiástica en este país extremadamente católico, triunfante tras la defunción del marxismo, introdujo clases de religión en los colegios, se opuso a la venta de anticonceptivos y aprobó una severa ley antiaborto. Estas injerencias fueron interpretadas por la opinión pública como medidas encaminadas a imponer un Estado teocrático. El Gobierno de Hanna Suchocka y su partido, la Unión Democrática, se consideraba blando frente a las presiones de la Iglesia, y permítanme señalar que, poco antes de las elecciones, su Gobierno firmó un concordato con el Vaticano que consolidaba la posición de la Iglesia en Polonia. Al menos la gente consideraba a los ex comunistas anticlericales, independientemente de sus defectos.
La participación en estas elecciones, un 50,2%, superior a las anteriores, se debió en gran parte a las incitaciones del clero, que actuaba -o así lo creía- en beneficio de los candidatos apoyados por la Iglesia. Las elecciones se celebraron en domingo y, en este país donde la gente va a misa, la decisión parecía beneficiar a los partidos de la derecha y el centro. Pero los fieles, tras oír los consejos apenas disimulados en los sermones, votaron a la izquierda. Ninguno de los partidos que invocaba el catolicismo logró atravesar el umbral mínimo obligatorio del 5% de los votos.La victoria del segundo ganador, el Partido Campesino, con un 15,4% de los votos, ha sido interpretada por la prensa extranjera como la victoria de otra variedad de marxistas, ya que el partido desempeñó hasta 1989 el papel de subordinado de los comunistas. Sin embargo, el Partido Campesino es demasiado polifacético como para poder clasificarlo fácilmente. Representa los intereses de granjas pequeñas y privadas, y sus diputados recientemente elegidos personifican un variado espectro de opiniones políticas. (La agricultura en Polonia no estaba nacionalizada, a diferencia de lo que sucedía en otros países del bloque comunista).
En el momento de escribir este artículo, hay varias probabilidades de que se cree una alianza para formar un nuevo Gobierno. Incluso si los ex comunistas y el Partido Campesino establecen un pacto, es poco probable que cooperen armoniosamente, y es posible que sean los campesinos los que obstaculicen el programa de reforma con sus demandas de que se introduzcan aranceles proteccionistas. Y hay las mismas probabilidades de que se cree otra alianza -entre el Partido Campesino, la Unión Democrática y la Unión del Trabajo, que obtuvo el 7,28% de los votos- La Unión del Trabajo fue creada por antiguos militantes de Solidaridad y no tiene nada que ver con los ex comunistas; pretende ser un partido laborista según la tradición socialdemócrata.
La campaña electoral se desarrolló bajo el signo de descaradas promesas económicas, y la Alianza de la Izquierda Democrática superó en este aspecto a todos sus rivales. Prometió acabar con el paro y doblar las pensiones. En vista de la situación económica de este país que lucha por reparar las décadas de régimen doctrinario comunista, no hay ninguna posibilidad de que estas promesas se cumplan a menos que se imprima irresponsablemente dinero, lo cual empeoraría la inflación.
Los ex comunistas juran que han roto con su pasado y que se han convertido en buenos demócratas. Sin duda están comprometidos con la economía de libre mercado porque la nomenklatura ha tenido un gran éxito a la hora de amasar fortunas personales. Lo más probable es que prefieran traicionar a sus votantes antes que causar perturbaciones.
Las ventajas derivadas de la reforma del mercado parecen evidentes e irreversibles. La presencia de los ex comunistas en el Parlamento, y posiblemente en el Gobierno, no alteraría este rumbo general, aunque puede que contribuya a que se busquen soluciones de compromiso encaminadas a evitar la ruina de las empresas estatales y a reducir el paro.
La cuestión que se plantea es si un partido comunista es posible sin marxismo. La erosión y desintegración graduales de la doctrina marxista llevó a muchos expertos a predecir la caída de la potencia soviética, y los acontecimientos confirmaron el carácter profundamente ideológico de la empresa totafltaria. Sin su base ideológica, persisten muchas de las características de la estructura de partido, pero no la fundamental.
La red organizativa sigue vigente, así como el vínculo de egoísmo que une a los miembros de la antigua nomenklatura. La habilidad táctica de los líderes también sigue ahí. Pero no hay un objetivo: cuando dicen que están a favor de la libre empresa son sinceros, porque no tienen ninguna otra idea. Uno de sus portavoces, Jerzy Urban, aprovechando la libertad de prensa instaurada después de 1989, fundó un semanario llamado No, y su tirada masiva le convirtió en millonario. Su nombre expresa a la perfección el talante de muchos votantes que han dicho no sin tener una idea clara de lo que podría implicar un sí.
En algunos países antes comunistas -en Yugoslavia o en Rusia, por ejemplo-, la alianza con el nacionalismo parece representar para la vieja guardia una salida del atolladero ideologico. Sin embargo, en Polonia, los partidos que intentaron izar la bandera de Dios y la patria perdieron, lo cual demuestra la indiferencia de la opinión pública ante los eslóganes nacionalistas.
Estas elecciones no constituyen un nuevo intento de crear utopías. Por el contrario, ponen de manifiesto un vacío de autoridad, incluida la autoridad de la Iglesia católica. Para bien o para mal, la política de Polonia se está desdogmatizando.
es premio Nobel de Literatura.
1993, New Perspectives Quarterly, distribuido por Los Ángeles Times Syndicate.
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