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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Salir de Somalia

LAS TROPAS de la ONU, y especialmente los rangers norteamericanos, han sufrido en los últimos días en Somalia una serie de derrotas militares con un lamentable balance de muertos, decenas de heridos y varios soldados desaparecidos, previsiblemente prisioneros del jefe de banda Mohamed Fará Aidid, principal enemigo de la intervención de la ONU. Ante estos nuevos hechos, potenciados por las crueles imágenes de la televisión en las que se mostraba el ensañamiento con los cadáveres y los malos tratos a los supervivientes, el presidente Clinton modificó su actitud: si inicialmente había pregonado su deseo de retirar de Somalia a sus tropas, ahora anuncia el envío de más soldados hasta encontrar una fórmula razonable de abandono, es decir, para evitar la sensación de una huida.La cuestión es saber cómo se ha podido llegar a esta situación que amenaza con introducir a la ONU en un conflicto militar muy alejado de las razones que determinaron a finales de 1992 su decisión de enviar tropas a Somalia. En su origen, esta operación, pomposamente denominada Devolver la Esperanza, tenía un objetivo concreto: crear el aparato militar indispensable para poder asegurar la distribución de alimentos a una población que se moría de hambre en un país sin Gobierno y en el que varias bandas armadas impedían que pudiesen llegar a los necesitados los envíos del extranjero. En cierta medida, ese objetivo se ha logrado: fuera de Mogadiscio llegan los convoyes y no hay la hambruna de 1992.

Pero la operación militar tomó un sesgo muy distinto cuando unidades de la ONU y de Estados Unidos, después de unos enfrentamientos con las tropas del jefe de banda más poderoso, Mohamed Fará Aidid, decidieron que éste debía ser detenido antes de que la ONU pudiese dar su misión por terminada. El problema es que Aidid, con una importante influencia en un sector de la población -sobre todo en el sur de la capital de la nación-, ha conseguido impulsar un movimiento popular contra las tropas extranjeras, preferentemente norteamericanas.

A Mohamed Fará Aidid, evidentemente, no se le ha detenido, pero las tropas de la ONU se han involucrado en la lucha contra uno de los bandos de la guerra civil. No es su misión y facilita la extensión de un nacionalismo en contra del imperialismo que favorece al jefe de la bandería. Es, pues, el momento de que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas reconsidere el caso somalí y se adopten las medidas precisas para que la operación intemacional vuelva al objetivo inicialmente asignado. En cuanto a Estados Unidos, se comprende que aplace su retirada para poder realizarla ordenadamente. Pero cometería un gravísimo error si abandonase la línea de sensatez que había adoptado hace tres semanas el presidente Clinton, dejándose llevar por los sentimientos que ha provocado Aidid con sus agresiones.

Por otra parte, el caso de Somalia pone de relieve hasta qué punto es nociva la confusión entre operación de la ONU y operación de Estados Unidos que se ha establecido en varias acciones de las Naciones Unidas. En Somalia, EE UU se adelantó y organizó un desembarco en Mogadiscio con un claro afán de protagonismo. Luego dejó que un contingente de las tropas de la ONU prosiguiera la operación. Ahora, de nuevo, Washington actúa como si Somalia fuese un problema exclusivamente suyo. Es un tema que se está discutiendo en la Asamblea General. En todo caso, cada vez parece más necesario que la ONU cuente con un aparato militar propio. Ello evitaría confusiones como las que se viven en Somalia.

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