Placer contra nostalgia

"Para los madrileños, todo lo que caiga más allá de Las Ventas es Guadalajara". Quien así de rotundo se mostraba sobre los límites urbanos era uno de los madrileños más espléndidos que imaginarse pueda, Juan García Hortelano, y quien nos lo recuerda es Luis Carandell, un ilustre barcelonés que hace tiempo recaló en Madrid, sin que por ello le creciera rabo alguno, en su excelente libro Madrid al pie de la letra.Y, naturalmente, no le sobraba razón, al creador de Mary Tribune, pues en definitiva recogía una tradición de los del Foro en considerar todo lo que traspasara el arroyo del Abroñigal como campo, matizado por el espléndido Juan con su definición de campo: "lo que hay entre ciudad y ciudad".
La gran ventaja de esta urbe caótica, molesta en ocasiones y siempre atractiva es que las hijas e hijos de Castilla, Extremadura, Galicia, Levante o de donde sean, cuando llegan a ella, pasan a formar parte de la misma con facilidad. Dicho en argot nacionalista: en Madrid todos somos zulúes. Y en pocos sitios se aplica con más exactitud y tolerancia que aquí, por tópico que parezca.
Otra ventaja, aunque no compartida unánimemente, es que se trata de una ciudad que admite todo tipo de interpretaciones: desde el espectacular este año voy a veranear en Usera", como declaró en su día en televisión Fabio McNamara, a considerar la Castellana como un paseo marítimo y contemplar la mar desde cualquiera de sus ruidosas terrazas, o adentrarse nocturnamente en ese asfáltico triángulo de las Bermudas que es Barquillo, Augusto Figueroa y Hortaleza, donde pueden desaparecer flotas enteras de abigarrados transatlánticos.
Pero vivir en el caos no es sencillo ni, probablemente, cómodo. Exige renunciar a la añoranza de lo idílico, asumir lo evidente, el aquí y ahora. Aceptar el reto del combate. Por el contrario, refugiarse en la ciudad que pudo haber sido, o que incluso fue fugazmente en la memoria, es caer en la primera de sus seductoras trampas.
Frente a la nostalgia de lo irrepetible sólo cabe oponer la observación y, si es posible, el disfrute del presente, conscientes de que Madrid y sus gentes, no se olvide, han demostrado una fortaleza encomiables. Han sabido resistir con cierta dignidad la especulación, el mal gusto, la suciedad, la manipulación demagógica, la torpeza de los munícipes, la voracidad burocrática, la zoofilia escultórica, las tertulias radiofónicas, la Almudena y, como diría Juan Benet, otro espléndido madrileño de San Sebastián, "hasta los cantautores".
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