Cambios en Moscú'
DIEZ DÍAS después del golpe de Yeltsin disolviendo el Parlamento, se han producido cambios en el ambiente de la capital rusa. Es cierto que la disolución se hizo sobre el papel mediante un decreto presidencial, pero se permitió que los diputados siguieran reunidos, destituyeran a Yeltsin y nombraran al vicepresidente Rutskói para sustituirle. Se creó así una situación formal de doble poder.Durante un primer periodo, todo indicaba que Yeltsin podría salirse con la suya. Pero muy pronto se manifestaron voces discrepantes, sobre todo en las capitales provinciales y en el círculo próximo al presidente, pidiendo una solución de compromiso. Sobre todo para no dejar a Yeltsin con la totalidad del poder y un control completo sobre la preparación de las elecciones. La forma en que el presidente suprimió la libertad de información, organizando la propaganda oficial y dejando al Sóviet Supremo sin medios para hacer públicas sus tesis, suscitó recelos entre sus mismos partidarios. A la vez, la política de reforzar el cerco de la Casa Blanca, sede parlamentaria, pronto demostró su ineficacia, incluso su efecto negativo, al provocar la amenaza de choques violentos.
Así se llega a la intervención de dos nuevos factores: la Iglesia y los poderes provinciales y regionales. El patriarca Alexis II se ofrece como mediador para una negociación; aceptado por todos, se inició ayer bajo la presidencia del patriarca aunque fue interrumpida poco después. Que el futuro del país se discuta bajo la tutela del patriarca destaca la hondura de la transformación de Rusia en los últimos siete años; son imágenes mas propias de su pasado zarista que de su reciente etapa comunista.
La apertura de la negociación significa una novedad fundamental en sí misma, pero será sumamente dificil, como lo demuestra el hecho de que el acuerdo alcanzado en la noche del jueves para desbloquear la situación fuera rechazado por los diputados. El primer obstáculo serio fue la negativa de los parlamentarios a entregar las armas. Yeltsin anunció que era un requisito indispensable para recuperar la normalidad. Sobre los temas de fondo, quizá el ámbito de un posible compromiso sea el de las condiciones de las futuras elecciones.
Por una parte, está el tema de la simultaneidad de las elecciones presidenciales y legislativas, tesis aceptada por algunos colaboradores de Yeltsin. Hay que tener en cuenta que el Gobierno ya está negociando con los sectores más moderados de la oposición para preparar un marco electoral que tenga el mayor consenso posible. Por otra, recordar que el factor decisivo que obligó a Yeltsin a abandonar su proyecto inicial fue la presión de las repúblicas y regiones que, de diversas formas, han exigido que se llegue a un compromiso entre el presidente y el Parlamento. Los poderes regionales y locales están en condiciones de impedir que se celebren los comicios; sin su apoyo, el proyecto de Yeltsin se vendría abajo. Ya han surgido amenazas de ruptura de los lazos económicos con Moscú. Al potenciar en varias ocasiones a los poderes local es para superar las trabas parlamentarias, el propio Yeltsin aumentó su autonomía.
No estamos ante un fenómeno coyuntural. Es cierto que si la realidad del poder está cada vez más en las repúblicas y en las provincias, a ello ha contribuido el largo enfrentamiento Sóviet-presidente. Pero sus raíces son más antiguas: Rusia como tal sólo ha existido con un poder autoritario en Moscú. Su ser como Estado democrático es una experiencia aún no iniciada. Por ello no es sorprendente que cualquier intento para lograr compromisos desde la tolerancia exija todo tipo de esfuerzos.
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