¡Impresionante!
JOAQUÍN VIDAL La fiesta con su verdad y su emoción, con su gloria y su tragedia; así fue esta corrida señera de la Feria de Otoño. Y dentro de ella, la impresionante actuación de César Rincón; impresionante y también memorable, peleando bravamente con dos toros difíciles, hasta proclamar su hegemonía indiscutible sobre todo el escalafón taurino.
Una corrida en la que nada faltó, a excepción del sol y las moscas que, según opinan los castizos, son imprescindibles para hacer fiesta. No hubo sol y moscas, en efecto, sino viento huracanado; un penetrante frío otoñal, nuncio de la invernada negros nubarrones que traían trágicos presagios. Y no había hecho más que empezar la corrida cuando ya se cumplía la premonición: al reunir un par de banderillas, Antonio Briceño salía alcanzado por la cornamenta del torazo astifino, quedaba suspendido unos segundos angustiosos en el buido garfio, y al caer, rasgada por gala la taleguilla, se le pudo ver la herida; un profundo boquete sanguinolento en el muslo, del que colgaba tumefacto un trozo de la carne salvajemente destrozada.
Puerto / Vázquez, Rincón, Higares Cinco toros de Puerto de San Lorenzo (uno devuelto por Inválido); con trapío, cornalones astifinos; 1º y 2º fuertes y de casta brava, 3º y 6º inválidos
4º, de Torrealta, con trapío y cornalón, bravo. 5º tercer sobrero de Julio de la Puerta, grande y manso, en sustitución de un primer sobrero del mismo hierro y un segundo de Concha Navarro, devueltos por inválidos.Curro Vázquez: dos pinchazos, estocada corta ladeada y descabello (algunos pitos); pinchazo, estocada corta caída, rueda de peones y descabello (palmas y pitos). César Rincón: estocada corta baja y descabello; el presidente le perdonó dos avisos (oreja); estocada corta trasera (gran ovación y salida al tercio). Oscar Higares: dos pinchazos y estocada trasera caída (aplausos y salida al tercio); pinchazo y estocada (palmas). El presidente Luis Espada, que devolvió tres toros, fue ovacionado. Enfermería: asistidos los banderilleros Antonio Briceño, de cornada grave en un muslo y Manuel Gil, de contusión en la tibia, pronóstico reservado. Rincón, de contusiones. Plaza de Las Ventas, 1 de octubre. Tercera corrida de feria. Lleno.
Después del horror del percance llegaría la otra cara de esta fiesta contradictoria y exclusiva, volcando sobre el coso un torrente de emociones. César Rincón fue quien obró el prodigio, en el transcurso de una faena asombrosa, planteada de poder a poder, intentando embarcar al toro bravo, que tomaba con larga fijeza el primer muletazo pero al siguiente ya estaba arrollando al torero y le medía el cuerpo tirándole derrotes. La faena había de ser al unipase, lo que significa marcar el derechazo y rectificar apresuradamente los terrenos. Es decir, justo lo que todas las figuras de la profesionalidad acendrada y las del arte inmarcesible han estado haciendo durante la temporada para torear los borregos desmochados e inválidos que les sacan en todas partes.
Sin embargo aquello era Madrid, y había allí un toro encastado, serio y astifino. Y el torero lo era a carta cabal, con un valor a toda prueba, un corazón generoso y una torería de las que no se llevan. Y tenía el empeño de someter al toro, no en un pase sino en el hilván de sucesivos pases, que ahí está el fundamento mismo del arte de torear. ¡Y lo consiguió! A fuerza de consentir y obligar, provocando estremecedores guadañazos en la arena y síncopes en el foro, lo consiguió. Los olés y las ovaciones restallaban estruendosos. La plaza era un clamor. Ahora había de venir el alarde: citó Rincón rodilla en tierra para dibujar un ayudado, y el toro lo levantó entre las astas, volteándolo de mala manera. El grito desgarrado del gentío acompañó estos dramáticos momentos. A alguien le iba a dar un infarto. A cualquiera de las 20.000 almas allí presentes -quizá más-, que tenían encogido el corazón. Pero no al valeroso diestro. Pues, aún maltrecho y dolorido, volvió rápido al toro y lo retó de nuevo.
Aclamaciones de "¡torero!" acompañaron a César Rincón en la vuelta al ruedo. El triunfo había sido memorable. Pero no se daba aún por satisfecho y a su otro toro lo recibió con una larga cambiada, lo lanceó a la verónica. A cuantos toros le salieron -que fueron cinco; tres de ellos devueltos por inválidos- los toreó con la pureza propia de los capoteros estilistas, citando de frente y cargándoles la suerte. Finalmente irrumpió en el redondel un mansazo al que muleteó de rodillas y de pie muy ceñido a las astas, y porfiando su reservona embestida hasta la temeridad.
Toreo pundonoroso
Ese toro había entrampillado contra las tablas al banderillero Manuel Gil, añadiendo un sobresalto más a los muchos que hubo en la tarde. En esta corrida singular sucedía de todo. Salieron toros bravos, cuya codicia desbordó a Curro Vázquez. Salieron toros inválidos que correspondieron a óscar Higares y este torero les porfiaba pundonoroso, aunque en medio de la general indiferencia. Porque el pundonor quería verlo el público de Madrid con los toros que embisten recrecidos, no con los que se desploman en la arena.
El público de Madrid salió de la plaza toreando, aún conmovido por los emocionantes lances y la impresionante torería que acababa de presenciar. Lo que quizá no sabía el público de Madrid es que con su resuelta exigencia de que se lidiaran toros en su estricta integridad, con su sentido crítico, que se traducía en profundos silencios, en rumores de aprobación o censura, en rotundos olés y hasta en el jubiloso clamor de la apoteosis, él mismo había contribuído a que fuera aquella una tarde inolvidable.
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