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Un espectáculo autobiográfico

Ángel S. Harguindey

Lo menos que se puede decir del concierto de Jackson es que resulta impresionante por su poder de comunicación y la perfección técnica y profesional que muestra. "No hay nada como estar en el escenario. No se puede describir con palabras. Cuando te iluminan las luces y sientes esa sensación, nunca quieres que termine el espectáculo". Así resumió hace tiempo Michael Jackson sus sensaciones y son perfectamente verosímiles, pues lo mismo anhelaban las 50.000 personas que contemplaron su concierto en directo: que no acabara el espectáculo.Lo que se desarrolla en la gira Dangeorous World Tour no es estrictamente un concierto de música: la coreografía, la danza, la solidez y ritmo que imprime el grupo se entremezclan constantemente con lo más gozoso y lúdico que puede aportar lo mejor de la moderna tecnología del ocio. Si a eso se añaden trucos sensacionales y una multitud que lleva años totalmente entregada y días de vigilia y derroche energético (la media de sus admiradores más tenaces es bastante menor de los 20 años), el resultado es una mezcla explosiva de técnica y sentimientos que trasciende el concepto de concierto.

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Jackson domina absolutamente. Se arropa en su gente y en sus efectos especiales, pero es él, y sólo él, el que controla la imagen, el sonido y la multitud. Ciertamente no podía ser de otra forma. Lleva más de 25 años en la cresta de la ola pese a tener 34. Así se pudo comprobar en el excelente Medley de la Tamla Motown en el que las pantallas gigantes recordaban la fructífera etapa de los Jackson Five.

No se debe olvidar que con 11 años, ya era número uno yaún no habían nacido una buena parte de los que ayer, mal dormidos, mal comidos pero absolutamente encantados, alcanzaban el delirio en el puerto tinerfeño, entre el mar, la ciudad desparramada por las montañas y el vídeo-juego gigantesco y perfecto que les ofrecían.

Momentos especialmente brillantes fueron los de I just cant stop loving you, con Siedah Garret, la fantástica versión de Thriller y la no menos emocionante Billie Jean.

Doble personalidad

Lo peculiar del cantante es que cuando sale del escenario se transmuta en un ser asustadizo, complejo, en apariencia inmaduro, huidizo. Nada de lo que hace o dice fuera del escenario tiene gran interés. En las 40 horas que pasó en el Fluerto de la Cruz sólo visitó un parque con loros, una tienda de discos y el resto se lo pasó en su suite viendo películas de vídeo. Tiene las mismas inclinaciones y gustos que susfans más pequeños.Pertenece decididamente a la cultura audiovisual con una molesta, por obsesiva, fijación con las creaciones de Walt Disney y los uniformes militares (el Carmina Burana del comienzo se lo debió sugerir Pluto).

Pero sus seguidores se lo perdonan todo. Aguantan con estoicismo horas y horas en el aeropuerto, en el trayecto hasta el hotel y en las imnediaciones del mismo. - Diez horas antes de que se iniciara el concierto había más de 2.000 adolescentes en la puerta. Tienen una relación con su ídolo muy similar a la que manifestaron los más jóvenes fieles ante la primera visita del Papa a España. Incluso el ritual de la llegada tuvo un tratamiento similar en las televisiones locales, con el matiz de que Michael Jackson al bajar del avión besó a dos niños en trajes regionales pero pasó de besar el suelo. En lo demás, eran intercambiables. Otro de los rasgos distintivos de tan especial relación es que Jackson representa perfectamente lo establecido. Ni su música, ni sus mensajes, tratan de subvertir nada. No pretenden otra cosa que el entretenimiento. Sus admiradores tampoco tratan de romper ningún esquema o jerarquía aceptada. Están allí, gozando con él hasta el desmayo y les basta. Ni testimonio, ni rebeldía: placer.

El concierto de Tenerife terminó con el mismo concepto global de fiesta y tecnología: niños, coros, juegos, trucos, láser, delirio, sentimiento y profesionalismo. En definitiva, la autobiografia de MichaelJackson.

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