Por el amor de un semental
Hay una secuencia magnífica en Huevos de oro, la última y polémica película de Bigas Luna, perfectamente explicativa de la paradoja que en ella se encierra. En una elegante, majestuosa casa situada en las colinas de Benidorm, un karaoke desgrana las notas de una canción de Julio Iglesias, Por el amor de una mujer, mientras un taciturno Javier Bardem la va cantando con más intención que acierto. En otra habitación, su esposa, María de Medeiros, consuela a la amante de Bardem (Maribel Verdú), y en escasos segundos se establecerá entre ellas una gran comunicación: están enamoradas del mismo bruto, ambas lo soportan pero en el fondo lo quieren, lo entienden, se apiadan de él.Éste es, en general, el acierto y el problema de este filme irregular, por momentos brillante, en otros completamente previsible: el paradójico amor que experimentan ambas mujeres por un hombre que sólo las usa para su provecho, es el mismo que siente el creador Bigas por su criatura Bardem. Porque, a diferencia de lo que ocurría en Jamón, jamón, su anterior película, irónica desmitificación de una España cuyo éxito económico no la aleja de sus pesados antecedentes telúricos, lo que aquí predomina es, en el fondo, un notable respeto por el destino de ese triunfador de pacotilla, del arribista que llega a la cumbre y en ella dura sólo cinco minutos.
Huevos de oro
Dirección: Bigas Luna. Guión: Cuca Canals y Bigas Luna. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Nicola Piovani. Producción: Andrés Vicente Gómez para Lolarihns, Ovideo, Filmauro y Hugo Films, España-Francia-Italia, 1993.Intérpretes: Javier Bardern, María de Medeiros, Maribel Verdú, Elisa Touati, Albert Vidal. Estreno: Gran Vía, Proyecciones, Carlos III, Excelsior, Aragón, España, Ideal y La Vaguada.
Huevos de oro narra así una historia ejemplarmente melodramática, una de esas ficciones de ascenso y caída que han constituido la carne de tantos y tantos mélos ilustres. La que aquí se muestra es la de un pobre tipo sin recursos que sueña con un progreso vertical: desde su pene y hacia arriba, construyendo un rascacielos que bautizará como él, Torre González, casándose con una heredera rica. Y todo con la fuerza y la convicción de su irrefrenable ambición. Bigas muestra esta ascensión vertiginosa primero con la neutralidad del etólogo social, pero luego con la conmiseración de quien se apiada de un destino tan cruel: incapacitado por una minusvalía y convertido en pobre remedo de latin lover, González es tratado por la cámara -y por el guión- con más miramiento del que en buena lógica merecería como personaje.
Buen sentido comercial
Pero más allá de paradojas no resueltas y de amores no correspondidos, hay otros elementos a consignar sobre este filme. A favor, el ya tradicional buen sentido comercial de Bigas, que atrae la atención del espectador no sólo con un cartel provocador de notorio mal gusto, sino también con ingredientes de corte erótico de los que tan buen partido suele sacar siempre. A favor también, la sabia dirección de actores de Bigas Luna, que hace que todos, y muy en especial Javier Bardem, soberbio, brillen a gran altura. Pero todo esto no debe ocultar el hecho de que hay en Huevos de oro algunos alarmantes síntomas de reiteración puramente mecánica, que está ejemplificada en la secuencia onírica que, otra vez más, rinde un homenaje al dúo Dalí-Buñuel, lo que es una forzada marca de estilo que nada nuevo añade a la comprensión de la historia.
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