Arikha, Auerbach y Kitaj, pintores de la intensidad
En los tiempos que corren resulta tan difícil como admirable poder ver reunidos en una misma exposición, gracias a la iniciativa de la galería Marlborough (Orfila, 5. Madrid), la obra reciente de tres artistas de la enjundia de Avigdor Arikha (1929), oriundo de Europa oriental pero ciudadano israelí; Frank Auerbach (Berlín, 1931), refugiado en el Reino Unido en 1939 y ciudadano británico, y Roland B. Kitaj (Ohio, 1932), trotamundos que se dio a conocer en el Londres de los sesenta, donde continúa estando su residencia más habitual.Según creo, de los tres, Arikha es el menos conocido en España, pues apenas si antes se habían expuesto por aquí episódicamente algunos cuadros suyos sueltos, mientras que de Auerbach se pudo contemplar una magnífica retrospectiva en el Reina Sofía, y en tomo a Kitaj, por su parte, tampoco demasiado visto por aquí, se produjo, sin embargo, una sorprendente tropa local de admiradores.
Pero la cuestión capital en esta convergencia de excéntricos no es el baile de nacionalidades ni de residencias, siendo los tres hijos de la diáspora, sino su común apuesta por la intensidad, interpretada en cada caso de forma profundamente personal y, en consecuencia, coherentemente independiente de cualquier dictado modista. Desde esta perspectiva, al margen de los muy marcados estíos individuales, el conjunto funciona como maravillosamente viable, haciéndonos de inmediato olvidar las etiquetas de si uno tuvo que ver con el pop, el otro con expresionismo o el tercero con lo que de forma harto equívoca se sigue denominando como realista.
Plenitud del instante
Más allá de las etiquetas, en efecto, enseguida nos percatamos de que la auténtica pintura es, por de pronto, emoción y pensamiento engarzados en la plenitud del instante, y que esa sabiduria sólo la consigue quien se atreve a buscarla sin reparar en sacrificio y, en definitiva, arriesgando la vida. ¡Ésta sí que es una sabiduría clásica y hoy verdaderamente intempestiva! De ésta manera, sea su autor Auerbach, Kitaj o Arikha, cada uno de los cuadros ahora expuestos constituyen unidades cerradas, como absoluto cargados de vida, lo que no pocas veces implica liberar fuerzas que dejan anonadado al espectador.
Esta tensión concentrada nos obligaría al comentario individualizado de cada cuadro, lo que aquí es imposible, pero, al menos, no quiero dejar de subrayar el atrevimiento de una obra
Autorretrato de Avigdor Arikha (1991) como la titulada The third time (1992), de Kitaj, la del autorretrato de Arikha titulado Painting on a hot day (199 l), o la del After Belshazzar's Feast (1990) de Auerbach. Son, sin duda, indicaciones sueltas de algo que subyace más hondo: el arte en su más cumplida esperanza; siempre raro, hoy excepcional.
Babelia
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