Papeleta noruega
LAS ELECCIONES generales celebradas el pasado lunes en Noruega han confirmado la hegemonía del Partido Laborista de la primera ministra, Gro Brundland, que, con más del 37% de los votos, incrementa el número de sus diputados hasta 68, aun cuando el primer partido, se queda lejos de la mayoría absoluta en una Cámara de 165 escaños. Los laboristas habían gobernado en minoría desde noviembre de 1990, momento en que accedieron al Gobierno tras el fracaso de la coalición conservadora. Las diferencias irreconciliables en tomo a la cuestión del acceso de Noruega a la Comunidad Europea (CE) determinaron entonces el cambio de Ejecutivo. De los tres componentes de la coalición de derechas, el Partido Conservador obtiene ahora 28 escaños (pierde nueve); repentinamente, el hasta ahora pequeño Partido del Centro casi ha triplicado sus diputados, hasta alcanzar los 29, y los Cristiano-populares se quedan en 13 escaños. Un fenómeno que fue típico de la elección general hace cuatro años, la inesperada subida de la extrema derecha, ha quedado en agua de borrajas: el Partido del Progreso -paradójico nombre- ha perdido la mitad de sus 22 diputados.La celebración de unas elecciones generales en momentos en los que un país tiene planteada una cuestión esencial, no necesariamente ligada al funcionamiento político, tiene un inconveniente: que los comicios tienden más a convertirse en un plebiscito sobre aquélla que en el diseño de la nueva legislatura. Justo lo que le sucedió a Noruega el lunes. Eligió su nuevo Parlamento en medio de la refriega política que caracteriza su proceso de adhesión a la CE, y así, los resultados electorales se proyectarán inevitablemente sobre su futuro europeo.
Si se celebrara en este momento un referéndum sobre la adhesión a la Europa comunitaria, el 55% de los noruegos votaría en contra, el 34% diría que sí y el 11% seguiría indeciso. Parece que los porcentajes de voto atribuidos a cada partido no guardan relación alguna con estas tendencias. Pero no puede olvidarse que los laboristas han centrado su campana en el sí al referéndum europeo, que debe celebrarse dentro de poco más de un año, aunque no todos sus votantes sean partidarios de la adhesión. Tampoco es posible ignorar que tienen enfrente no sólo a los antiguos coligados de la derecha (cuyos votos dependen sobre todo de la pequeña agricultura y de los pescadores, los dos colectivos que tienen mayores reticencias a ingresar en la CE), sino también a los Socialistas de Izquierda, la pequeña formación que es potencialmente aliada de la primera ministra. De modo que es ya difícil hablar de dos grandes bloques políticos -el socialista y el burgués-. A partir de ahora, la vida política noruega se polarizará crecientemente en tomo a la cuestión comunitaria. Además de lo que pase en el referéndum, será el Parlamento quien deberá ratificar o bloquear la voluntad popular. Como un tratado de adhesión necesariamente incluirá cláusulas de limitación de la soberanía noruega, se requerirá su aprobación por las tres cuartas partes de la Cámara. Ello confiere a los 98 escaños de los cuatro partidos contrarios más del mínimo necesario para bloquear el ingreso noruego en la CE.
Bro Grundland tiene, por consiguiente, una difícil papeleta: convencer a sus conciudadanos de que la Comunidad no es perjudicial para una economía que, por el momento, parece haberse librado de los peores efectos de la recesión económica global. Muy al contrario. Y sería catastrófico para Noruega repetir la negativa que dio a la CE en el plebiscito de 1972, especialmente porque quedarse fuera ahora le convertiría en el único país escandinavo extracomunitario.
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