_
_
_
_
_

Miles de 'halcones' cercan la oficina del primer ministro israelí para abortar el proceso de paz

El pulso se transformó en intercambio de guantazos al filo de la medianoche. La muy excitada muchedumbre de los halcones israelíes llevaba ya cinco horas cercando la oficina del primer ministro e intentando forzarlas barreras policiales. La protesta sólo podía terminar como el rosario de la aurora. La policía empezó a repartir palos y detuvo al menos a 20 extremistas. Pero el grueso de los manifestantes siguió allí, embriagándose con cánticos nacionalistas y religiosos. Los manifestantes no pensaban disolverse en toda la noche. Estaban dispuestos a conseguir abortar el proceso de paz con los palestinos. Y eran 50.000, según la policía, una cifra enorme para las dimensiones geográficas y demográficas de Israel.

Más información
En la Casa del Estado Naciente
Sólo las diferencias semánticas retrasan el acuerdo formal de reconocimiento mutuo
El diálogo entre Siria e Israel centra la jornada en Washington

Habían viajado a Jerusalén desde las cuatro esquinas de Tierra Santa, y en particular desde las colonias judías implantadas en los territorios palestinos ocupados en la guerra de los Seis Días, en 1967. Eran barbudos ultraortodoxos con sombreros y gabanes negros, jóvenes musculosos con kipas en la coronilla y mujeres con faldas hasta los tobillos y pañuelos cubriendo los cabellos. Llevaban muchos niños y todo un bosque de banderas con la estrella de David. Sus pancartas decían: "Israel está en peligro", "No podemos regalar Israel a los árabes", "Estados Unidos, ocúpate de tus propios asuntos", "La paz con Arafat significa la guerra con Dios" y "Rabin y Peres, traidores". Isaac Rabin, el primer ministro laborista, y Simón Peres, el titular de Exteriores, eran abucheados sin cesar. "Rabin y Peres no tienen cojones", chillaba un orador muy aplaudido. "Ese par de sujetos merece un juicio sumarísimo por negociar con los terroristas de la OLP", bramaba Gehula Cohen, la pasionaria de la ultraderecha israelí. Cohen añadía que la solución al problema de Tierra Santa consiste en expulsar a todos los palestinos.

Sólo Yasir Arafat despertaba más odio que Rabin y Peres, los promotores israelíes de las negociaciones de paz. Numerosas caricaturas mostraban al líder palestino entre rejas o ahorcado. "Arafat", decía Ysrael Hedod, portavoz de los colonos, "tiene las manos manchadas de sangre judía. ¿Cómo podemos consentir que se instale en Jericó, a unos pocos kilómetros de la sagrada Jerusalén?".

El objetivo de los exaltados manifestantes era bloquear todo el tiempo que pudieran la oficina del primer ministro, el corazón de la acción gubernamental israelí. A primeras horas de esta madrugada ya habían conseguido que Rabin anunciara que hoy no irá a trabajar a esa oficina. No obstante, Moshe Shahal, ministro del Interior, reiteraba: "Los manifestantes están autorizados a protestar hasta cansarse, pero si hacen algo contra la ley reaccionaremos con firmeza". Shahal había reforzado la protección de la oficina del primer ministro con 2.500 policías venidos de fuera de Jerusalén y varias unidades del Ejército.

Los discursos de los oradores del Likud, el partido derechista israelí, y de otros grupos nacionalistas y religiosos eran puntuados anoche con canciones consagradas al Mesías que debe redimir al pueblo judío e himnos al Eretz Israel (el Gran Israel), que, según estos extremistas, debe ir desde el Mediterráneo hasta más allá del río Jordán. Algunos manifestantes hacían sonar el shofar, el cuerno usado como trompeta con el que Josué derribó las murallas de Jericó. Varios helicópteros con proyectores peinaban constantemente la concentración. En tierra, los policías se enfrentaban cada dos por tres a los halcones que intentaban desbordar las barreras metálicas establecidas en tomo a la oficina del primer ministro. Había constantes desmayos a causa de los apretones y no pocos ataques de histeria. Un niño de cinco años fue pisoteado por la multitud. Poco antes de medianoche hubo palos y no menos de 20 detenciones.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Formando una piña, los vecinos de Quiryat Arba repetían que nunca aceptarán someterse a una autoridad palestina. Quriyat Arba es una fortificada colonia judía que domina Hebrón, la localidad cisjordana donde está enterrado el patriarca Abraham. Sus habitantes, activistas del Gush Emunin (Bloque de la Fe), creen que la Biblia es todo un título de propiedad por el que Dios otorga Tierra Santa al pueblo judío.

Para ellos, la historia, el derecho, la diplomacia o cualquier otra creación humana no pueden alterar en nada el hecho de que los territorios ocupados por Israel en 1967 pertenecen por concesión divina al pueblo judío.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_