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Woody Allen hace una comedia ligera para divertirse y le sale su obra maestra

Liliana Cavani se pone solemne y la consecuencia es un engendro soporífero

No había en Europa muchas noticias acerca de Manhattan murder mistery, la recientísirna película de Woody Allen interpretada por Allen, Diane Keaton, Alan Alda yAnjelica Huston. Después del brutal espejismo de Maridos y mujeres, que triunfó en toda regla en su país a causa del carácter proyectivo de esta película sobre la tumultuosa vida privada de Allen, éste ha huido de sí mismo, ha dejado su turbio contencioso con Mia Farrow en un rincón del cuarto de las cosas inservibles y se ha impuesto la terapia de hacer cine para divertirse haciéndolo. Doble resultado: una película perfecta y la espalda indiferente del público de su tierra.

A Woody Allen no hay secuestrador que lo saque de su Manhattan. Tampoco parecía posible que su cine escapara algún día de sus enfermizas obsesiones personales. Pero en Manhattan murder mistery lo acaba de hacer con una claridad de ideas y de emociones tan deslumbrante, que anuncia con toda evidencia su plenitud como artista. Sigue, eso sí, encerrado en un lugar ilimitado que llaman Manhattan, y la deuda de esta ciudad con este ciudadano suyo comienza a ser tan gruesa que a estas alturas parece ya impagable. Pero la está pagando, y con dureza.

En una entrevista todavía no emitida que Allen ha mantenido ante las cámaras de la cadena Tele +1 no se muerde la, lengua: "He vivido un año muy dificil desde el punto de vista personal y por eso decidí darme un premio a mí mismo y hacer una película sólo por el gusto de hacerla, por pura diversión, y así lo hice. Soy un enamorado fanático de algunas películas de crimen y de misterio, pero creo que no estoy en condiciones de meterme en serio en una película de género, así que decidir darme el gusto de hacerla, pero desde fuera, sin atenerme a convenciones previas. Corría el peligro de que me saliera una de aquellas viejas peliculillas cretinas de Bob Hope o de Lou Costello, pero me arriesgué y al final terminé pasándolo bien, que era lo que buscaba. Estaba un poco saturado de contenidos y de tener que estar siempre a la altura de lo que la gente espera o pide de mí, así que hice una película sólo para mí y para los arnigos".

Despiadada cuenta

Lo que ocurre es que, ante Manhattan mistery murder los amigos de Allen se multiplican. No en Estados Unidos, donde parece que su cerrada sociedad comienza a pasarle la despiadada cuenta de esa aludida deuda de su moral o de su falta de ella, sino aquí, en la otra orilla del Atlántico, donde esta película menor del cineasta suena ya a cine mayor. Ayer fue aclamada en Venecia. Y no es esto lo más hermoso de su triunfo, sino la plena respiración del público mientras participaba en su juego, unas veces rompiéndose de risa y otras creando en la sala esa silenciosa algarabía que producen los instantes inspiradísimos del cine cuando el público sabe verlos y gozarlos. Algunas de -las escenas más perfectas del cine de Allen -por ejemplo, la de claustrofobia en el ascensor y la conversación telefónica con unas cintas grabadas- están ahora aquí. Son la libertad y la maestría juntas y en estado de gracia. Y, al fondo, las esencias de Manhattan, como sólo este cineasta sabe capturarlas y convertirlas en un espejo multiplicado de la miseria y la inteligencia de nuestro tiempo.

Y tras la agilidad, la apasionante ligereza de Allen, conseguida sobre el cimiento de un absoluto despojo de petulancia -ese alto grado de significación que sólo alcanzan los que no quieren significar nada llegó la solemnidad de lo tonto, el campanudo estilo de los que no tienen nada que decir a nadie y dicen su vacío con una estruendosa tormenta de moralina gritada. No hay otra manera de describir con verdad el nuevo engendro de Liliana Cavani -titulado ¿Dónde estás? Yo estoy aquí, y que es digna continuación de sus, por ser inimaginablemente malos, admirables Interior berlinés y Francesco que el olvido y el silencio. Volvamos, por tanto, a Allen.

Dice el cineasta en esa aludida entrevista, que emitirá mañana la televisión italiana: "Me crie y crecí en un ambiente donde se adoraba el cine europeo. Era durante los años de la guerra mundial, cuando yo era un adolescente. Comenzaron a llegar a Nueva York películas francesas e italianas de la época y esta forma de hacer y de ver el cine penetró en mí y orientó mis formas de trabajo. El tono del cine europeo de entonces se convirtió con el tiempo en algo esencial para la elaboración de mis propias películas. En este sentido, le debo a Europa tanto o más que a Hollywood. En mi santoral cinematográfico no puedo prescindir de Renoir, de Godard, de Truffaut, de Fellini, de Antonioni, de Rossellini y De Sica, como tampoco de Bergman y de Akira Kurosawa. Son referencias para mí tan imprescindibles como las de Chaplin, Buster Keaton y los hermanos Marx".

En Venecia, en 1993, en medio de una Mostra que ha puesto en bandeja a la producción convencional de Hollywood sus escaparates, el neoyorquino Woody Allen se encarga de devolvernos el gran cine europeo, aquí casi ausente. Su prodigiosa Manhattan murder mistery está atestada de ese nuestro cine que fascinó su adolescencia, y que ahora, a través de su penetrante mirada miope, vuelve a su origen. No deja de tener coherencia esta paradoja con lo que pasa ahora mismo en esta apática, triste y abandonada a su suerte, Mostra veneciana. En ella el verdadero cine europeo viene también de América.

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