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Dos por uno

Caracteriza al político de cuerpo entero argumentar en cada momento desde un interés inmediato, dispuesto a cambiar el enfoque acorde con las circunstancias y, por tanto, a olvidar lo que había mantenido en el pasado, por cercano que fuere. A mayor capacidad de adaptación, mayor amnesia.Felipe González ha dado muestra de toda su fuerza histriónica, de su enorme genio de transformista, al haber logrado en la campaña transfigurarse en hombre de porte tan sincero que reconoce sus errores -eso sí, implícitamente, sin nombrarlos- hasta el punto de reconstruir la confianza de que esta vez permanecerá fiel a la promesa de cambiar el rumbo -también, sin concretar ninguno- y así da por descontado que, si gana las elecciones, habrá un nuevo comenzar. Que haya convencido a nueve millones de votantes es mérito excepcional que pide un larguísimo aplauso.

Pero, una vez acabado el circo electoral -un país no se gobierna explotando sin más la credulidad de la gente-, hay que tomar las medidas necesarias, por impopulares que fueren. A nadie que entienda algo del oficio ha de extrañar que uno sea el lenguaje en periodo electoral, máxime si el candidato se ve en aprietos, y otro muy diferente cuando se pasa a la acción de gobierno en momentos duros. Conmueve la oposición, la de izquierda y la de derechas, echando la culpa al actor por haber obtenido tamaño éxito en la representación,- en vez de reprocharse a sí mismos que no supieran ganar cuando parecía, que lo tenían tan fácil. En política importa sobre todo el objetivo principal, conseguir o mantenerse en el poder; lo demás, como nos enseña el maestro Maquiavelo, es secundario.

Si bien el político con finezza se distingue por la ambigüedad, sin que llegue nunca a formular una proposición con un contenido preciso -en esto también Felipe González merece el mayor reconocimiento-, en sus aledaños, los fieles a veces caen en la tentación de concretar: y con tanta mayor precisión, cuanto menos poder tengan. En cambio, al jefe por delegación de los renovadores, Narcís Serra, discípulo aventajado de su maestro, todavía no se le ha oído nada de lo que haya que dejar constancia.

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De las pocas manifestaciones públicas que provienen de este sector -se podría incluso negar su existencia, hasta tal punto se mantiene en una clandestinidad. que recubre no pocas contradicciones- podría, forzando una coherencia de la que carece, concluir algo así como un modesto proyecto, consistente en dos elementos básicos, un giro en la política económica -de sus supuestos meramente monetarios, a la economía real, preocupada por el desarrollo de los sectores productivos- y, en segundo lugar, una democratización del partido, para abrirlo a la sociedad. Proyecto, digámoslo de entrada, sin la menor posibilidad de cuajar, mientras se mantenga en el poder la misma mayoría que lo recusó en el pasado.

Al fin han saltado a la palestra los dos temas que, desde el XXXI Congreso, había planteado el ala izquierda marginada. Para los que no rechazan la memoria, como a juez implacable, tal vez les pueda servir el releer Dos temas clave para un congreso, publicado en este mismo periódico el 3 de enero de 1988. El primero hacía referencia a la cuestión económica y pedía un giro a la izquierda, consistente en anteponer una política económica real, dirigida a aumentar, después de la necesaria reconversión industrial, la capacidad productiva y exportadora, frente a una política basada en una moneda supervalorada, acompañada de intereses muy altos. Esta política monetarista, si bien consiguió rebajar la inflación, hizo la vida muy dificil al sector industrial, al que como única salida se le ofrece salarios moderados, por debajo de la productividad, flexibilidad de las plantillas, con el consiguiente abaratamiento del despido, y, en fin, un mejor control, entiéndase reducción, del gasto. social, política que no sólo divergía de los principios socialdemócratas a los que se apelaba, sino que tenía que chocar inexorablemente con los sindicatos, como exigía el ala izquierda que aglutinaba Izquierda Socialista, significaba, y sigue significando, un giro a la izquierda de la política económica.

El segundo tema clave era, y sigue siéndolo, la redistribución democrática del poder en el interior del partido: democratización interna, como requisito para su apertura a la sociedad. En los congresos XXXI y XXXII, Izquierda Socialista trató de democratizar los estatutos, encontrando el más absoluto rechazo. En ambos congresos, el momento más triste fue sin duda aquél en que una mayoría aplastante de delegados votaron que seguirían sin voto, delegando una libertad y responsabilidad intransferibles en unos cuantos portavoces. Permanecen fijos ante mis ojos los brazos levantados de los delegados, negándose cada cual a sí mismo, al rechazar el voto individual y secreto en todos los tramos de la vida del partido.

La enorme responsabilidad de los llamados renovadores, y muy en especial la del secretario general, radica en que aceptasen el modelo de partido que culminó en el XXXII Congreso. Algunos preferimos salir del comité federal a soportar semejante ignominia. No es fácil de aceptar, aunque tácticamente y por corto tiempo pueda resultar beneficioso, el que a posterior¡ se construya una línea de separación entre renovadores y el llamado aparato guerrista, cuando en el último congreso mantuvieron una unidad monolítica. Pero lo que ya parece sobrepasar con mucho los límites de lo tolerable es que algunos, subrepticiamente, traten de atribuir todos los males, incluidos los escándalos de corrupción, al sector guerrista, cuando las responsabilidades son de toda la mayoría. Tampoco es de recibo que el sector guerrista, sin hacer la menor autocrítica, trate ahora de distanciarse de la política económica antisindical que apoyó con la mayor intransigencia en aquellos años.

En los dos temas las responsabilidades recaen en toda la mayoría. Si consiguiéramos una auténtica democratización interna, los únicos legitimados para pedir cuentas sería aquella minoría del ala izquierda que vertebra Izquierda Socialista, la única que supo mantener un distanciamiento crítico en los dos temas clave que ahora reivindica cada una de las dos fracciones de la mayoría. Si pudo sobrevivir en la disidencia, por completo marginada, se debió al empuje y valor cívico de sus tres portavoces. El día que se reconozca en público, algo habrá cambiado; pero no

es verosímil que ocurra.

Pese a los cambios efectuados en el discurso, nada indica que nos hallemos ante un cambio sustancial en la política económica que, aunque ahora se matice algo más, al continuar en el poder los mismos, comprensiblemente nadie puede hacerse responsable de los errores ni de los despilfarros pasados, dispuestos todos a caminar por la misma senda, con correcciones mínimas,.

Tampoco en lo que respecta ala democratización interna se comprueban modificaciones dignas de mención, ya que seguirán brillando por su ausencia, una vez colocado en su sitio el llamado sector guerrista y se restablezca de este modo la unidad sin fisuras en tomo al líder. En la cúspide de la crisis ocurrió lo que debiera haber sido comportamiento habitual de la Ejecutiva y del grupo parlamentario: que se votase y que las diferencias entre ganadores y perdedores fueran mínimas. Lo más probable es que no vuelva a repetirse comportamiento tan elementalmente democrático, una vez que el próximo congreso estabilice de nuevo a la mayoría, integrada, como en el pasado, por todos los que acepten las reglas no democráticas del juego, que sin duda serán la inmensa mayoría de los llamados renovadores y guerristas, con lo que desaparecerá esta distinción, sin que tenga ya la menor importancia el cargo que ocupen o dejen de ocupar algunas pocas personas.

El aparato redivivo, todo

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Dos por uno

es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín.

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