Asesinato en Argel
EL ASESINATO de Kasdi Merbaj el sábado pasado ha sumido a los argelinos en la angustia y la confusión. Se produce cuando un estado de guerra civil larvada se está instalando en el país, con muertes constantes causadas por los terroristas islámicos y con un goteo de condenas a muerte dictadas por tribunales militares; y en un momento de vacío de gobierno: el jefe del Ejecutivo Abdesalam, criticado por todos, fue sustituido -el mismo sábado en que se produjo la muerte de Merbaj- por el diplomático Reda Malek, que no ha tenido tiempo aún de formar su nuevo equipo.Malek tiene que decidir qué camino seguir respecto al extremismo islámico, cuya emergencia dio al traste con el proceso liberalizador. La lucha contra el terrorismo es algo imperativo en estos momentos, y el Ejército se dedica a ella sin dejar mucho espacio a los políticos. Pero hace falta corregir aquellos errores que constituyeron el caldo de cultivo del extremismo. La corrupción y falta de rigor económico, pero también la mentalidad policiaca que llevó al Gobierno a perseguir periódicos liberales por sus críticas políticas y a abandonar los esfuerzos de Budiaf para intentar un amplio diálogo nacional susceptible de atraer a sectores islamistas no partidarios de la violencia.
Merbaj, aunque ello pueda parecer contradictorio con su historia de persona dedicada casi toda su vida a los servicios secretos y a la policía política -incluso en etapas en que esos servicios aplicaban los más inhumanos métodos para acallar las voces de oposición-, tenía en estos momentos una actitud de crítica inteligente al Gobierno, lo que le llevó a exigir una negociación para integrar en la vida política a los sectores islamistas que no participan en el terrorismo. El 13 de julio pasado publicó una carta abierta a los militantes islámicos llamándoles a dejar las armas y a aceptar una conferencia de reconciliación nacional. Después de su ruptura con el FLN, en 1990, fundó el Movimiento por la Justicia y el Desarrollo, que nunca logró una gran influencia de masas, pero que defiende esa posición favorable a un gran diálogo nacional para evitar la caída en el abismo de la guerra civil.
La propia política propugnada por Merbaj hace difícil deducir la identidad de sus asesinos. No parece tratarse de una venganza personal, pues, aunque existan episodios en su biografía que inciten a pensarlo, no encaja con ello que el atentado fuera realizado por un comando pertrechado con armas israelíes y que no dudó en acabar con la vida de cuatro acompañantes, familiares suyos. Todo indica que se trata de una conspiración organizada por un grupo potente. La hipótesis de la responsabilidad de algún grupo extremista islámico es verosímil, aunque no está probada: no tanto con la intención de golpear al aparato oficial como de eliminar a una personalidad impulsora de una conciliación nacional para aislar a los grupos violentos.
En estos momentos dramáticos, Argelia está aquejada de una debilidad básica. El llamado Alto Comité de Estado (ACE) carece de legitimidad democrática y está formado por personas de escaso relieve. Desempeña las funciones de Jefatura del Estado sólo gracias a que está respaldado por el Ejército. Cuando Budiaf era su presidente, la personalidad de éste compensaba la designación arbitraria de sus miembros. Ahora nadie sabe lo que ocurrirá el 31 de diciembre, al expirar el mandato del ACE.
Defender la democracia con unos órganos políticos que deben su existencia al apoyo del Ejército es bastante contradictorio. Ello dificulta la aparición de una política audaz de diálogo nacional capaz de frenar la dinámica de guerra civil. La política aplicada hasta ahora ha provocado el descontento incluso en los medios democráticos, que, opuestos, desde luego, al terrorismo, critican los métodos del Gobierno, dejando a éste más y más aislado. Si Malek no rompe esta dinámica, Argelia se hundirá en el desastre.
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