Miguel Gila
En 1951, un hombre más bien bajito, delgado y de apariencia insignificante aparecía en los escenarios teatrales de Madrid con aire despistado, como si hubiera equivocado su camino y, de repente, se hallara en un espacio vacío que daba a una oscuridad llamada patio de butacas o público.. Sin embargo, tras guardar unos minutos de desconcertante silencio, el hombre empezaba a hablar. Decía, por ejemplo, que el día que él nació su madre no estaba en casa. O cogía el teléfono, llamaba al ejército enemigo, le preguntaba a qué hora iba a atacar, si no podía retrasarse un poco hasta que el contrario acabara su partida de cartas, cómo iba a vestirse para la ocasión, cuántas municiones tenía, etcétera. Aquel hombre se llamaba Gila, y el rotundo éxito de sus monólogos constituya un golazo a la censura de la época. Por supuesto, el orden establecido se vengó (y en los años cincuenta el orden establecido era un término retórico), y Gila optó por el autoexilio en tierras suramericanas."He ampliado y mejorado ese monólogo que, de alguna manera, tiene el contexto dramático de lo que fue nuestra guerra, un enfrentamiento entre gente que hablaba el mismo idioma y que, sometida a los intereses de los caciques y los generales de turno, se mataba en el frente. Eso es terrible. Por eso hablo con el enemigo y le pregunto si van a bajar por la mañana o por la tarde, o si van a venir muchos. En fin, le habló con esa familiaridad con que se trata la gente cuando nadie siembre veneno entre ella", comenta Gila cuarenta años después de sus inicios teatrales y transcurridos algo más de cincuenta desde que empezara a publicar en la memorable La Codorniz. El humor de Gila siempre ha sido tremendamente crítico con los poderosos, los obispos, los ricachones, los militares... Parsimonioso y grave, aunque sumamente cordial, la seriedad de Gila se esfuma ante palabras como obispo o militar. Se ríe. "Me gusta ridiculizar lo solemne. Y el Ejército, los himnos, todas esas cosas entran en esa solemnidad". Sus monólogos de guerra resultan ferozmente antibelicistas. "Mi crítica es severa respecto al Ejército y las humillaciones que padecen quienes obedecen a sus superiores. Conozco el tema porque lo sufrí largamente".
Voluntario a los 17 años, en la guerra civil, cárcel y, a continuación, cuatro años de servicio militar. "Salí del Ejército a los 27 años". Gila vive ahora en Barcelona, casado con María Dolores Cabo, actriz y directora de una escuela de arte dramático, y es padre de una hija de 14 años, a la que nombra a menudo a lo largo de la conversación. Sonríe, pudoroso. "No, no soy un padrazo. Es que tengo muy buena relación con mi hija. De los niños se aprenden muchas cosas". Gila nació en Madrid, hace 74 años. "Yo siempre digo que me nacieron, porque uno no nace, lo nacen sin consultarle nada. Así que me nacieron en Madrid, aunque vine a Barcelona como espermatozoide: fui concebido en la ronda de San Antonio, en una de aquellas camas altas y llenas de muelles de la época. Así, más o menos, empieza la trilogía que estoy escribiendo, que no es un libro de memorias exactamente, sino una serie de aguafuertes de las cosas que más me impactaron en tres épocas claves de mi vida: infancia, juventud y adultez". El libro se titulará Y entonces nací yo. Memorias para desmemoriados. El ambiente familiar vivido durante su infancia, en Madrid, fue determinante para crear en él una actitud ideológica, basada en la solidaridad y en el deseo de justicia, a la que se ha mantenido siempre fiel. "No tengo identidad política. Pero sí una ideología y un sentimiento que surgen de mi casa, donde se leía La Libertad, y en las comidas se hablaba de Blasco Ibáñez y de Largo Caballero, a quien conocíamos porque era vecino nuestro. Mi abuelo era socialista, y mis tíos también. Creo que el ser humano se nutre de su entorno, de lo que le rodea, de lo que vive y de lo que ve, y todo ello le crea un sentimiento que rige su manera de relacionarse con el mundo. A mí, por ejemplo, no puede pasarme inadvertida la miseria que he visto en América Latina".
La tercera parte de su trilogía se inicia cuando Gila ha dejado atrás la guerra, la cárcel y el Ejército. Tiene 27 años. "Antes de la guerra había sido mecánico de aviación, pero en la cárcel empecé a escribir y a dibujar, y, al reintegrarme a la vida civil, seguí haciéndolo". En 1941 empezó a colaborar en La Codorniz. "Sí, esta tercera parte del libro es mi incorporación a la vida cotidiana, mi intento de adaptación a una dictadura". Inicios teatrales, problemas con la censura y el autoexilio en América Latina (Argentina, Cuba, México, Uruguay, Paraguay, Chile ...), donde Gila entabla amistad con gente como Hemingway, Anthony Quinn, Lázaro Cárdenas... "Son personas muy importantes en mi vida porque aportaron conocimientos y experiencias a mi tremenda incultura de entonces. Yo dejé el colegio a los 13 años y no volví a coger un libro hasta los 27". Pero a partir de entonces cogió muchos. "Empecé descubriendo a Chéjov, a Pushkin, a los novelistas rusos del XIX y luego seguí con otros autores. Pero, como dice Buñuel en El último suspiro, aborrezco las novelas. Prefiero los libros testimoniales".
Gila es un hombre admirado no sólo por su descomunal talento, sino también por sus cualidades humanas. Sumamente delicado, discreto, huye del protagonismo intentando no imponerse, aunque no pueda evitar que el interés del interlocutor se cuelgue de su presencia, menuda pero sólida, como la de una piedra pulida y fina.
El humor de Gila siempre ha estado muy conectado a la vida que le rodea. Gran observador de su entorno social y de la miseria humana, esa actitud de observar el mundo con cierto distanciamiento, ¿no conduce al escepticismo? "No soy escéptico, no. Tengo altibajos de ánimo, como todo el mundo, pero no más. Es difícil definir el humor. Es como el amor, que ni Freud consiguió definirlo. Pero diría que el humor que yo hago es la maldad de los hombres contada con la ingenuidad de los niños, o al revés".
La actitud de Gila durante las últimas elecciones, haciendo campaña por el partido que iba a votar, ha demostrado que conceptos como honestidad, valentía y autenticidad no son meras palabras. "Cuando me hablaron de hacer el puerta a puerta acepté enseguida porque era un modo de conocer los problemas de la gente. Era bajar del escenario y meterte en sus casas. Persar 'yo estoy bien, los demás que se las arreglen' es muy egoísta".
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